Los horarios importan

Lo platica Yuval Noah Harari en su fantástico libro Sapiens (Debate, 2011):

“Finalmente, en 1880 el gobierno británico dio el paso sin precedentes de legislar que todos los horarios de Gran Bretaña debían seguir el de Greenwich. Por primera vez en la historia, un país adoptó una hora nacional y obligó a su población a vivir según un reloj artificial y no según las salidas y puestas de sol locales”. 

La decisión fue consecuencia, entre otros factores, de las presiones de las empresas de transporte. Que cada ciudad tuviera sus propios horarios había complicado sus operaciones desde la época de las carretas, pero se volvió un fastidio mayúsculo cuando el servicio comercial de ferrocarriles comenzó a ser más y más popular.

Siglo y medio después, el presidente Andrés Manuel López Obrador busca terminar con el horario de verano y uniformar nuestros relojes a lo largo del año. La idea del Presidente es respetable y además asegura que cuenta con el respaldo de 71% de la población, por lo que seguramente se concretará pronto.

Pero no todos están de acuerdo. En un artículo en que cuestiona la propuesta, el periodista Carlos Marín asegura (no pude hallar la cita original) que cuando López Obrador, como jefe de Gobierno del extinto DF, quiso tumbar el horario de verano mediante un decreto (la Suprema Corte falló en su contra y apoyó la decisión adoptada por el presidente Vicente Fox), había sostenido que los mexicanos “estamos acostumbrados a dormir con el canto del grillo y a despertar con el canto del gallo”. 

La frase, en sintonía con las convicciones nostálgicas del Presidente, es muy discutible, entre otras cosas porque margina a golfos, chicas de la vida galante, editores de noticias y muchos otros mexicanos, quizá más respetables (pienso en los cuerpos de socorro y seguridad), que no por terminar de madrugada sus labores, tienen que ser olvidados a la hora de hablar de estos temas.

El caso es que el debate me llevó a otra historia digna de evocar. Ya se ha dicho que las Memorias del cacique potosino Gonzalo N. Santos (Grijalbo, 1986) es uno de los más importantes libros de historia sobre la revolución mexicana, por el cínico desenfado con que el personaje cuenta sus andanzas, desde que participó en la “bola” (perdonen, la Tercera Transformación) con las fuerzas de Venustiano Carranza hasta que cayó en desgracia a partir de la administración de Luis Echeverría.

La anécdota la relata en un añadido al texto un hijo del autor, el rejoneador Gastón Santos. Resulta que el cacique se opuso a un plan de riego que afectaba su mítico rancho Gargaleote y planteó una alternativa al Presidente.

Evoca Gastón:

“No tardó Echeverría en citar a papá, para decirle que no aceptaba su ofrecimiento porque estimaba que no era equitativo. Yo acompañé a papá a Los Pinos a esta entrevista y como dato curioso, se verificó a las dos de la mañana; ante mi extrañeza, mi padre me aclaró que Carranza hasta siesta dormía, pero que a Echeverría no le alcanzaba el día para hacer pendejadas”.

No cabe duda, los horarios importan.

Gonzalo N. Santos, junto al presidente Adolfo Ruiz Cortines. Fotografía: Colección Archivo Casasola-Fototeca Nacional, tomada de VocesMexico.com

De Nixon a Trump

Pese a los nutridos antecedentes que teníamos de quién es Donald Trump, en mi caso por la lectura de los dos libros que sobre él escribió Bob Woodard, ha sido sorprendente  conocer muchos de los detalles de lo que ocurrió en Washington el 6 de enero de 2021, cuando una turba de seguidores del ex presidente asaltó el Capitolio. Y más asombroso todavía que a pesar de todo lo que se ha revelado en las audiencias de la Cámara de Representantes, Trump se mantenga como un firme candidato a regresar a la Casa Blanca y su solo respaldo lleve al triunfo a tantos candidatos en las elecciones internas del Partido Republicano.

Como supongo que nos pasado a muchos, me pareció de particular bajeza la actitud del magnate contra su vicepresidente, Mike Pence, a quien abandonó a su suerte cuando corría peligro luego de que se negara a prestarse a la maniobra de desconocer el triunfo de Joe Biden y declarar de nuevo presidente a Trump.

Sin haberlo seguido a fondo, recuerdo a Pence como un vicepresidente discreto y funcional para un Presidente de las singulares características de Trump. Mucho más firme que él en sus convicciones derechistas, Pence dio una gran lección al mostrar que la lucha política tiene límites que alguna gente se niega a traspasar.

Ha sido muy distinto evocar aquellas historias de la multitud vociferante que exigía “colgar a Pence” que conocer ahora al detalle el peligro que corrió el Vicepresidente (y su esposa, que lo acompañaba), por negarse a torcer la voluntad del electorado para satisfacer los delirios del mandatario.

Los testimonios de la forma en que la turba se acercó a Pence, la cara de espanto de su esposa en las imágenes que ahora se conocieron y los detalles de cómo el Servicio Secreto luchó para garantizar su integridad, son la mejor evidencia de hasta dónde estaba dispuesto a llegar Trump, quien de acuerdo a los relatos no movió un dedo pese a saber la gravedad de la situación en el Capitolio y el riesgo que corría su compañero de fórmula.

Pese a la crudeza de las declaraciones y la importancia que para muchos tiene lo que ocurrió –“la culminación de un golpe de estado”, llamaron a aquella jornada durante las audiencias- asombra que a los esperados desmentidos de Trump respondan decenas de millones de norteamericanos con la convicción de que al fraude electoral existió y las reuniones celebradas en el Congreso esta semana son un capítulo más de la estrategia de los liberales para apoderarse del País.

Curiosamente, esta semana se cumplió medio siglo de la mítica irrupción de espías en las oficinas demócratas del edificio Watergate, la punta de la madeja que culminó en la renuncia de Richard Nixon a la Presidencia. En un texto sobre el aniversario, Woodward y Carl Bernstein reconocen que pese a la perversidad de aquel Presidente, Trump definitivamente está en otro nivel. Resulta extraordinario tener la oportunidad de leer cómo los grandes protagonistas de la investigación que tumbó a Nixon detallan ahora, con la sabiduría acumulada en medio siglo de reporteo, las inverosímiles características de la embestida de Trump.

Con el espanto reflejado en el gesto Karen, la esposa del Vicepresidente Mike Pence, durante la huida de la turba, en una imagen obtenida de una filmación de aquel 6 de enero. Foto: House Select Committee vía AP

 

Refugiado al fin en un sitio seguro, Pence siguió en su teléfono las diatribas de Donald Trump, que en ningún momento se interesó por su suerte. Foto: House Select Committee vía AP

Hasta luego, contraseñas

Escribo mi password para entrar a las notas de iCloud, donde suelo reunir durante la semana ideas y materiales para este contacto que hacemos los domingos. Y lo hago de buen humor, porque parece que es una costumbre, a veces tormentosa, que va de salida.

De acuerdo con un reportaje publicado por The Wall Street Journal (esta es la versión en español difundida por El Diario de Venezuela), Apple se prepara para abandonar lo que ha sido un estándar de la industria desde que comenzaron a desarrollarse los medios de pago y los accesos a productos y contenidos digitales.

La alternativa será pronto “una tecnología que genera claves de acceso únicas para cada aplicación o servicio basado en un navegador en lugar de caracteres. Esas claves de acceso, un nuevo tipo de autenticación de identidad, solicitan un escaneo del rostro o huellas dactilares para iniciar sesión”.

De acuerdo con el texto, Apple no va sola en este esfuerzo, que pronto evitará que los usuarios tengamos que recordar cientos de claves distintas (o corramos el riesgo de que nos atraquen si usamos versiones similares de algunas de ellas).

El proceso, de concretarse, será paulatino, pues al mismo tendrán que sumarse no solamente las grandes empresas, lo que se da por descontado si el sistema resulta exitoso, sino todos los desarrolladores de las distintas aplicaciones. Por lo pronto, podemos imaginar que no falta mucho para que el sencillo procedimiento que ya empleamos en muchos sitios mediante nuestra huella o rostro, se generalice pero con mucha mayor seguridad para todos nosotros.

¿Menos sufrimientos para los usuarios? Foto: Adobe Stock

¿Qué ver, qué leer?

Conocemos de sobra en AM a Raúl Olmos Castillo, quien dirigió nuestra edición de León y el grupo de investigaciones del periódico. En su hoja de servicios cuenta con denuncias contra panistas, priístas y ahora los de Morena se suman al elenco.

Encabezó el equipo que reportó el caso de Cereal y Pastas Finas, un trabajo que ganó el Premio Nacional de Periodismo, durante una época en la que nuestro medio publicó innumerables denuncias de los abusos que cometía la administración de Juan Manuel Oliva.

Vino luego en León la gestión de Bárbara Botello y en nuestras ediciones se difundieron las múltiples irregularidades en que incurrió su equipo, entre ellas las que provocaron denuncias de la entonces procuraduría estatal y procesos penales que todos conocimos.

Del reportaje sobre “la Casa gris” es poco lo que queda por agregar. Más allá de la polémica por el conflicto de intereses, haber mostrado la forma en que vive el hijo del Presidente de la República (en condiciones por entero respetables, pero que tanto suele criticar Andrés Manuel López Obrador), fue un indudable servicio a la comunidad.

Por eso vale la pena leer ahora el libro homónimo, (La casa gris, Grijalbo 2022), que añade nueva información y permite conocer además los detalles de cómo se fraguó el reportaje y las reacciones que provocó. El texto se va como agua.

La famosa residencia de Houston. Foto: Mexicanos contra la corrupción y la impunidad

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