“Es cuando nos unimos, respetando nuestras diferencias, cuando mejor nos va como país”. 

Gabriel Boric, presidente de Chile 

 

El joven presidente de Chile, de 36 años, el miércoles pasado ante el Congreso, en la ciudad de Valparaíso, dio su primer mensaje a la nación como mandatario. Trató de unir a su país después de la división natural de un cambio democrático. Con oratoria limpia y emotiva, quiso espantar los fantasmas del “derrotismo” que hoy pueblan el espíritu de la mayoría. 

Los problemas de Chile se han agravado a consecuencia de la pandemia y la inflación. En el país latinoamericano con mejor ingreso (16 mil dólares por habitante) y estrella de crecimiento económico, apenas esperan un avance del 1.5% para este año y un 0.4% para el 2023 (versión del periódico El País). La carestía sube al 10.5% y tiene a la baja la popularidad del gobierno. 

Cuando tomó protesta en marzo, Boric no invitó a la celebración a representantes empresariales. Pronto se dio cuenta del error. También comprendió rápido que debe usar la fuerza del ejército frente a conflictos de tierras que enfrentan a ciudadanos al llegar a la violencia y amenazan la paz social. Ante el creciente aumento del narcotráfico, que se infiltra por el norte, quiere proscribir las armas. Otro problema es  la inmigración de latinoamericanos menos afortunados de países vecinos. La realidad llegó de un golpe a quien sus críticos le llaman “El Ilusionista”. 

Pronto comprendió Boric que lo construído en los últimos 30 años por los gobiernos de derecha e izquierda liberal, tiene gran valor macroeconómico. Reconoció el trabajo del sector salud frente a la pandemia durante la administración de su antecesor, Sebastián Piñera. En una línea delgada, no pudo distanciarse mucho de sus colegas, los radicales de izquierda que incendiaron Santiago en  2019. Reconocer lo bueno del pasado muestra talento político y voluntad de unidad y no ofende a nadie. Un gran contraste con lo que sucede en México.

En los próximos días comenzará una transformación fiscal de envergadura donde el Estado tendrá prioridad sobre la abundancia minera del litio; creará nuevos impuestos a la riqueza para invertir en la educación pública para los jóvenes. Habrá más Estado bajo un modelo que quiere parecerse al escandinavo. El problema -siempre surge uno- es lograrlo antes de que haya un proyecto para elevar la productividad. 

Chile tiene 19 millones de habitantes (dos más que la población del Estado de México) y una economía que creció al amparo de la inversión y el ahorro, la buena administración y la confianza de los inversionistas locales y extranjeros. Boric no va a echar por la borda los logros anteriores. Lo interesante será ver qué tanto puede sostener una retórica socialista sin que su popularidad se reduzca. 

Hace medio siglo Salvador Allende destruyó la economía chilena con políticas de corte populista comunista. En 36 meses puso al país de rodillas, sin pan y sin paz. Llegó la violencia de Augusto Pinochet, el golpe de estado y una dictadura con un modelo capitalista neoliberal. 

El doctor Allende también era un ilusionista, pero totalmente alejado de la realidad. Boric, joven e inteligente, sabe que necesita un país con mayor productividad para crecer, sabe que debe lidiar con posturas extremas de la vieja izquierda comunista y los herederos radicales de Pinochet, quienes dan espanto y ninguna ilusión pero saben cómo funciona la realidad. 

Mientras eso sucede en Chile, aquí prometen más austeridad hasta llegar a la pobreza franciscana. Un apretón de tuerca  más y los de Morena podrían tener problemas tan graves como la rebelión de los transportistas en la CDMX o las revueltas en Chile.

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