El general de la Guardia Nacional ordena: “comandante Fulanez, vaya usted y dele una ronda de 500 abrazos al contingente de extorsionadores, aplique 300 a los ladrones de casa habitación y mil a los traficantes de personas”. Parece una broma, no lo es. Cambie los abrazos por balazos y sería igualmente absurda la orden superior. 

La frase de “abrazos y no balazos” presenta un dilema inexistente. Un lema de campaña que comienza a cobrar puntos de popularidad a López Obrador porque la realidad no se parece a la de las noticias, los videos en redes sociales y la información de medios formales. Tampoco los datos. 

El gobernante debe cumplir y hacer cumplir la ley según los códigos penales del País. En ninguna parte de la Constitución hay la previsión de dar abrazos a los ciudadanos, sean buenos, malos, excelentes o execrables. Cualquier persona informada lo sabe. Tampoco existe la previsión legal de aplicar tantos más cuantos balazos. Hay años de condena y reparaciones económicas para los delincuentes, nada más.

Si el mandatario habla con metáforas, el resultado es la confusión. La propuesta es una estrategia “blanda” frente a quienes cometen crímenes, en contra de personas, sus bienes o la salud pública. La última frase incomprensible desde Palacio fue la de proteger los “derechos humanos de los delincuentes”. Si eso lo dicen en Dinamarca o en Finlandia donde la criminalidad es parecida a un gran cero, tendría cabida. Aquí no. 

La violencia debe ser el último recurso de la autoridad para hacer cumplir la ley, pero nunca debe descartarse cuando los policías y los soldados sufren ataques violentos y humillaciones vergonzosas. El insulto es al Estado mismo.

La mejor estrategia, lo han dicho los últimos cuatro presidentes incluído López Obrador, es la inteligencia policiaca, el uso de la tecnología avanzada, y sobre todo, la integridad y honestidad de los cuerpos de seguridad. Cuando la policía está infiltrada y doblegada desde adentro, las posibilidades de parar la criminalidad no existen. 

Otro problema enorme es el poderío económico obtenido por la delincuencia en el huachicol, la extorsión, el narcomenudeo y el tráfico de personas. Esos miles de millones de dólares mensuales producidos por actividades ilícitas alimentan una hoguera perpetua de conflictos entre bandas y cárteles. 

En menos de un mes, la popularidad del presidente bajó 7.6 puntos (de 62.9 a 55.3) según en “tracking poll” de Consulta Mitofsky en el periódico El Economista. La tendencia bajará del 50% en pocos meses si el Gobierno no puede reducir la inseguridad y la violencia. A pesar de que la inflación empobrece a todos, no es la principal preocupación de la mayoría en el País. Es natural que el ciudadano tema más por su vida y bienes que por la carestía. 

A Morena lo mantiene a flote la popularidad de AMLO. Sin esa ancla, la guerra interna por la sucesión causará estragos sobre todo cuando la candidata predilecta no florece ni en presencia ni en discurso. 

El domingo 5 de junio, en la elección para gobernadores de seis estados, veremos si la participación no cae debajo del 40% por temor. La gente tiene miedo de ir a votar donde no hay seguridad pública. Tamaulipas será el estado más observado por la influencia de grandes flujos de dinero hacia las campañas desde los bolsillos del crimen organizado. Desafortunadamente ahora cuentan con muchos votos. 

 

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