Todo el mundo sabe que la candidata a la sucesión de López Obrador es Claudia Sheinbaum. Aunque hay unos grillos que retuercen teorías políticas donde la jefa de Gobierno de la CDMX sería una pantalla para cuidar a otro candidato, la presencia y preeminencia de “Claudia” la convierte en la “corcholata” destapada. 

Lo curioso es que el Presidente no tiene todos los hilos de la sucesión como los tuvieron sus ex compañeros priistas. Hay un circo político como nunca lo habíamos tenido. Ricardo Monreal amenaza irse por la libre. Le favorece ser el líder del Senado y las horas de vuelo como operador político desde sus tiempos en el PRI. Vale la pena recordar que cuando militaba en ese partido no obtuvo la candidatura para la gubernatura de Zacatecas. Brincó de partido al PRD y ganó. 

También está Marcelo Ebrard, quien sacrificó sus aspiraciones en 2012 para que López Obrador fuera el candidato del PRD. Ahora siente que le toca a él; tiene muchas palancas dentro de Morena y gente que le debe posiciones desde que fue Jefe en la CDMX, comenzando por su presidente, Mario Delgado. 

La intención visible del Presidente es que a Claudia se le conozca en todo el país  y que sus fieles seguidores reciban el mensaje de por quién hay que decidir cuando vengan las encuestas. La exposición anticipada tiene demasiados riesgos. Monreal y Ebrard dedicarán buena parte de su tiempo en encender el “fuego amigo” y lanzar torpedos contra la delfina. 

Si la sucesión se sale de control en Morena, podría darse una escisión en el partido. Los partidos satélites, el PT y el Verde, tendrían la oportunidad de armar una estrategia independiente. Son mercaderes de la política y su fin no es lo que pregonan en sus siglas. ¿Quién puede creer que el Verde es un partido ecologista cuando apoya la votación por la reforma eléctrica de Morena con toda su carga de pestilente contaminación y ataque a las energías limpias?

Si Monreal convenciera al PT o al Verde de que lo llevaran en la boleta, esos partidos contarán con un candidato fuerte que debilitaría a Morena. ¿Qué ardid político tiene entre manos el Presidente para deshacerse de la incómoda aspiración de dos de los precandidatos más fuertes de Morena? La sucesión adelantada puede ser un distractor de los grandes problemas que vivimos como la inseguridad, la crisis sanitaria y el crecimiento de los precios. Pero también puede ser la catástrofe política más grande de la historia política reciente. Debut y despedida de Morena, porque no basta la voluntad de un sólo hombre para que todos se alineen como lo lograba el PRI en sus mejores días. 

Debajo de la mesa se darán los golpes entre precandidatos, pero a fuerza de tener cientos de periodistas interpretando, investigando y obteniendo exclusivas, también debajo de la mesa, todo saldrá a la luz pública. Imposible que sea una guerra discreta. La polarización sembrada desde las mañaneras llegará a las antiguas tribus perredistas de donde nace Morena. 

Mientras en la oposición los actores deben luchar por tener una fuerza “centrípeta” que una a las voluntades de PAN-PRI-PRD en un sólo candidato, en Morena nace una fuerza centrífuga entre la candidata del Presidente y los aspirantes naturales, Ebrard y Monreal. El espectáculo ya comenzó.  

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