“Los publicistas del periodo neoliberal, además de la risa fingida, el peinado engominado y la falsedad de la imagen, siempre recomiendan a los candidatos y gobernantes correrse al centro. Es decir, quedar bien con todos. Pues no, eso es un error. El noble oficio de la política exige autenticidad y definiciones. Ser de izquierda es anclarnos en nuestros ideales y principios, no desdibujarnos, no zigzaguear”, advirtió el Presidente entre vítores y aplausos. Y añadió: “Si somos auténticos, si hablamos con la verdad y nos pronunciamos por los pobres y por la justicia, mantendremos identidad y ello puede significar simpatía, no solo de los de abajo, sino también de la gente lúcida y humana de clase media y alta. Con eso basta para enfrentar a las fuerzas conservadoras, a los reaccionarios”.
Gran escenario y gran mensaje. A tres años del inicio de su gobierno, Andrés Manuel López Obrador continúa siendo un maestro del discurso y de las formas: el Zócalo, que ha llenado una y otra vez, solo que ahora a pie de tierra. Con un templete discreto, frente a las puertas de Palacio, casi a la misma altura de sus seguidores. Ningún otro político se atreve a una escenificación semejante: encarnar un poder que se obstina en mostrarse cercano al pueblo -los ojos a la altura de los ojos- y que se comporta como si, en efecto, nada pudiera hacerse al margen del pueblo.
López Obrador ha invitado a los jóvenes a radicalizarse. Solo que radicalizarse hacia la izquierda significaría, en primer lugar, volverse críticos no solo del aberrante sistema neoliberal que hemos heredado, sino de cualquier poder y discurso que se asume único, como el del propio Presidente; defender la libertad de expresión y el valor de la disidencia, y asumir que los otros no siempre están equivocados. Radicalizarse hacia la izquierda implicaría exigir que la seguridad pública vuelva a manos civiles y que los militares dejen de recibir nuevas atribuciones, recursos y prebendas: la torva idea de que el Ejército es “pueblo uniformado” jamás ha sido de izquierdas, sino una peligrosísima invitación a quebrantar la vida civil.
Radicalizarse hacia la izquierda querría decir promover, como parte central de la agenda de gobierno, esos “nuevos derechos” que López Obrador tachó de neoliberales: el aborto, el matrimonio y la adopción igualitarios y las políticas con perspectiva de género. Radicalizarse hacia la izquierda contemplaría, además, exigir una drástica reforma fiscal que tase incrementalmente a los más ricos, en vez de jactarse de no subirle los impuestos a nadie. Radicalizarse hacia la izquierda implicaría dejar de realizar brutales recortes en la capacidad de acción del Estado y aumentar significativamente los presupuestos de salud, educación, ciencia y cultura, en vez del asignado a las Fuerzas Armadas.
Radicalizarse hacia la izquierda exigiría, asimismo, una decidida apuesta por el medio ambiente y las energías limpias, en lugar de fomentar los combustibles fósiles y construir nuevas refinerías. Radicalizarse hacia la izquierda significaría defender a ultranza los derechos humanos, condenar la represión autoritaria de cualquier lugar que venga -de El Salvador a Nicaragua y de Colombia a Cuba- y oponerse frontalmente a las políticas estadounidenses contra los migrantes, incluidos los internamientos ilegales en nuestras dos fronteras y el programa Remain in Mexico. Radicalizarse hacia la izquierda exigiría una profunda reforma del sistema de justicia, instaurar comisiones de la verdad para desbrozar la violencia que vivimos, eliminar la prisión preventiva oficiosa y regular paulatinamente todas las drogas.
El Presidente acierta: si algo necesita México es una radical política de izquierdas, capaz de combatir eficazmente la obscena desigualdad que nos aqueja, de garantizar los contrapoderes democráticos, la diversidad, la inclusión y la justicia, así como el respeto al medio ambiente, los derechos de los migrantes, la laicidad y el antimilitarismo. Ojalá sus palabras -inspiradoras y necesarias, justo las que uno aspira a escuchar en un político progresista- en efecto sean escuchadas y seguidas por millones.
