Jesús le contestó a Pilato: “Tú lo has dicho. Soy Rey” (Jn. 18, 37). No sólo para los judíos y para Pilato, sino, también, desde las perspectivas de la cultura moderna, qué difícil entender que Cristo pueda ser nuestro Rey. ¿Él, qué sabe de estrategias económicas y políticas? ¿Qué entiende de desarrollo científico y técnico? ¿Y un joven cibernético, con altos ideales de éxito, hambriento de conquistar el mundo, podrá sentirse identificado con un Rey como Jesús? Además, ¿al mundo de hoy le podrá atraer un rey que ha hecho de una Cruz su trono y que su corona es de espinas?
Obviamente que, desde las perspectivas y mediciones meramente temporales, es difícil que Jesús encaje como Rey. Pero hoy la palabra de Dios nos da unas razones mucho más profundas por las cuales sigue siendo válido reconocer a Jesús como nuestro Rey. San Juan, en el libro de la Apocalipsis, lo presenta como “el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el soberano de los reyes de la tierra; aquel que nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre” (Ap. 1, 5-8). Son razones que dan vida y sentido a la vida, en tiempo y más allá del tiempo. Por eso, dice el mismo apóstol: “A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos”.
El poder ciego de las autoridades judías, juntamente con Pilato, condenaron a Cristo a la muerte, sin saber que lo único que hacían era construirle el trono más alto y más duradero: “La Cruz”, sede del amor divino. Él, desde ahí, nos sigue conquistando y mostrando lo más sublime: el perdón divino. El perdón que sana el corazón.
Si los líderes religiosos judíos y el mismo Pilato hubieran abierto su corazón a las propuestas de Jesús, sus propias tareas religiosas y civiles, respectivamente, hubieran tomado otras dimensiones. Las mismas estrategias económicas y políticas actuales, sostenidas con la verdad y el amor que emanan de Dios, darían cuentas más aplaudibles en bien de la humanidad. El ser humano no viviría sometido a la idolatría del dinero y del poder.
Jesús vino para reinar, por eso le aclara a Pilato el carácter de su reinado: “Tú lo has dicho: yo soy Rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn. 18, 37). De ahí la dificultad de entender a Cristo como Rey, pues si el relativismo actual nos lleva a pensar que cada quien tiene su verdad y lucha ciegamente por ella, cómo lograr un entendimiento entre los humanos.
El evangelio nos presenta a un Pilato que, débil de carácter y presionado por otros, cree condenar a Jesús, pero en realidad el condenado no es Jesús, sino aquellos que se privan de la verdad plena, pensando que pueden vivir en su visión muy individual. De ahí que la Cruz es símbolo de salvación, pues Cristo la asumió para vencer al enemigo más grande: el odio, el pecado, la indiferencia, que generan muerte.
La Cruz representa la obediencia a la verdad. Sin ella se complica el entendimiento con Dios, con las personas y con el mundo entero. La Cruz representa el amor que renuncia a todo lo que lastima, que quita los muros que separan. Por eso, Cristo no podría encontrar un lugar más adecuado para ser proclamado Rey.
Decidamos libremente si hacemos de Cristo nuestro Rey o simplemente nos mantenemos al margen. Decir que sí, significa comprometernos a vivir fieles a la verdad, así como ésta emana de la sabiduría divina. Significa estar dispuestos a dejarnos amar por Dios, como Él quiere amarnos. Significa decirle al Señor Jesús que Él mande en nuestro pensar, para que éste sea conforme a la verdad; que mande en nuestro corazón para que nuestros sentimientos sean un motivo de encuentro saludable. Significa decirle que disponga de nuestra voluntad para que nuestras decisiones sean siempre para bien, a ejemplo suyo, no importando que a veces eso implique una dolorosa Cruz.
Los reinados temporales se doblegan con la muerte, los reinados desde la verdad y el amor se eternizan, pues se sustentan en Cristo que es Alfa y Omega, el Principio y el Fin de todo (cfr. Apocalipsis, 1, 8). ¡Viva Cristo Rey!
