¿En qué momento México se volvió un pueblo de “nosotros contra ellos”? ¿Qué nos hace dispuestos a condonar todo lo que haga nuestro bando, por malo o dañino que sea, y a condenar lo que hagan los otros, aunque tenga sentido? Este cáncer no es exclusivo de México, buena parte del mundo carga el demoledor lastre de una sociedad polarizada. Tampoco empezó hoy. Recuerdo que cuando terminé de dar una conferencia hacia el final del sexenio de Peña se me acercó un importante empresario para regañarme por criticar la corrupción que imperaba, pues mi reproche “le ponía la mesa a una Presidencia de AMLO”. Para mis adentros pensé que quizá sería el silencio de quien me increpaba lo que realmente lo haría, alimentando la narrativa de una “mafia del poder”, cómplice del “saqueo”.

Es harto sabido que la piedra angular en la táctica de los populistas es la división, clavan cuñas en grietas que ya existen y las vuelven zanjas. Hacen enemigo del opositor, y traidor de quien concuerde con cualquiera de sus ideas o propuestas. Es todo o nada. Es conmigo o contra mí. Por eso la aptitud perece ante la lealtad ciega y sorda. Por eso se tolera la corrupción en mi bando y se castiga en el contrario. Por eso legisladores hacen desplantes infames exhibiendo devoción humillante. Por eso dóciles opinadores y medios sumisos alaban un discurso fuera de lugar y de pobre contenido, y hasta hay quien pide el Premio Nobel de la Paz para quien lo recitó, para asentarse como el lacayo más rastrero; imposible ganarle.

¿Y dónde queda la oposición? Estoy harto de escuchar a críticos de este gobierno, algunos serios y otros no tanto, exigir de los partidos de oposición tanto más de lo que a nivel individual ofrecemos. Sentados frente al televisor, o desde redes sociales donde muchos ni siquiera dan la cara, se exige, se insulta y se reclama. “Es increíble lo que hacen”. “Es el colmo que esto pase”. ¿Y tú que me lees, qué has hecho para impedirlo?

La oposición somos nosotros. Somos nosotros quienes tenemos que unirnos a entidades de oposición organizadas o tenemos que armar las propias. Somos nosotros los que debemos exigirles a los partidos que presenten un frente unido. Somos nosotros quienes tenemos que establecer líneas rojas que por ningún motivo deben rebasarse.

Pero también somos nosotros quienes debemos evitar caer en la provocación que nos divide. A nadie ayuda que insultemos, descalifiquemos o ridiculicemos a quien está con este gobierno. Elevemos la calidad del debate. Centrémoslo en cifras comprobadas y hechos reales. Debemos rehuir a la descalificación ad hominem que imposibilita el diálogo. Sí, hay un grupo numeroso que le será fiel a la 4T haga lo que haga. Pero hay otro igual de grande que les dio su voto como reacción a la corrupción y excesos del sexenio previo, un gobierno que hizo reformas necesarias, pero que en una actitud condescendiente no se molestó en venderle las bondades de éstas a la gente, para que hoy las defendiera.

La 4T será cada vez más débil y, por ende, más vulnerable a la crítica de propios y extraños. Lo saben y por eso quieren un INE débil. Su salvaguardia es la primera línea roja que hay que defender con todo. Son el árbitro que le da credibilidad a nuestra democracia y elemento indispensable para la ordenada alternancia en el poder que hemos vivido. La segunda línea exige condenar el uso faccioso de la justicia con fines políticos. Y la tercera es la demanda de exigir transparencia y rendición de cuentas que incluya al Ejército. Empecemos por apoyar con trabajo y recursos a las entidades de la sociedad civil que están bajo acecho. Elevemos nuestras voces para aumentarles el costo a quienes contribuyen a un deterioro de México que amenaza con volverse irreversible.

Se acabaron los pretextos para no hacerlo. La mejor defensa al ataque inmisericorde y autoritario a quien se atreva a sacar la cabeza es que la saquemos todos. La oposición somos nosotros. Los partidos seguirán la pauta que marquemos. Salgamos de la cómoda hamaca para exigir el país que queremos para nuestros hijos.

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