Después de nueve siglos, con la revolución sexual de los sesentas, la aparición de los anticonceptivos y el descubrimiento terrible de abusos sexuales contra infantes dentro de la Iglesia, sólo queda preguntar para qué sirve la regla. 

Muchos fueron los sacerdotes que conocimos en las escuelas católicas cuando nos decían que no se podía servir a Dios y a una familia al mismo tiempo. El sacerdocio necesitaba entrega total. Ahora imagino a mis maestros sacerdotes con familias, con esposa, hijos y nietos. Me parece que serían seres humanos más completos, felices y realizados. De hecho muchos de los que conocí – incluido algún familiar- optaron por el matrimonio. Colgaron los hábitos. Siguieron su devoción y vocación magisterial sin abandonar sus creencias fundamentales. 

El celibato va contra la naturaleza humana. Nunca hubo un mensaje divino al respecto y en los evangelios no encontramos algún mandamiento. Ese y otros preceptos o reglas no escritas dentro de la curia romana tienen a la Iglesia sumida en una crisis innegable. 

En AM fuimos testigos de esa secrecía criminal cuando una madre leonesa denunció el abuso de su hijo y el entonces obispo Guadalupe Martín Rábago quiso silenciar su súplica de justicia. Gracias a la integridad de Federico Chowell, entonces procurador de Justicia, se logró un proceso penal y una condena, algo inédito hasta entonces en el país. 

Si por alguna toma de conciencia en Roma deciden abrir el sacerdocio a los casados o permitirles el matrimonio a los sacerdotes ordenados, habría una verdadera resurrección. Sería una revolución sin necesidad de tocar ningún dogma de fe. 

Quien ve en los ojos de hijos y nietos el cumplimiento de ser transmisores de vida, saben que nada puede ser más humanamente perfecto. La privación irracional de ese derecho humano no puede justificarse con el pretexto de que no hay tiempo para servir a Dios y tener familia. Por el contrario, desde la humanidad perfecta de la procreación, de la maternidad-paternidad, encontramos el primer sentido de vida. 

Creo que el Papa Francisco lo sabe. Es un hombre profundamente humano y sensible. Pero siempre que ha querido cambiar desde dentro a la Iglesia, encuentra resistencias formidables. La última ocasión que se refirió con respeto a las uniones del mismo sexo, sufrió un embate terrible de los conservadores. 

Tal vez la Iglesia tenga que iniciar el debate sobre el celibato antes de que se agudice el éxodo de feligreses. Antes de que la realidad disminuya más las vocaciones. 

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