En algún momento se les conoció como “protectores” o “patrocinadores”, siendo incluso considerados como bienhechores, al apoyar a los talentos con recursos económicos para poder ganar impulso y que bajo este favorecimiento (o a veces patronazgo), aquellos con entendimiento, ingenio o listeza, podían desarrollar sus habilidades. Estamos hablando de los mecenas.
Esta actividad ha existido a lo largo de la historia y podemos hablar de aquellas personas que impulsaron la investigación científica y el desarrollo artístico. Ejemplos famosos como Cayo Clinio Mecenas, quien fue protector de jóvenes poetas y autores de trascendencia histórica tales como Virgilio y Horacio, quien al tener tal dedicación a estas actividades, quedó anclado su nombre a la actividad y es lo que ahora conocemos como “mecenazgo”, referido al fomento y patrocinio orientado al desarrollo de personas y sus talentos.
En un concepto más moderno, el mecenazgo pasó a ser de algunos potentados, a formar parte de las actividades de otros particulares e incluso del estado y se transformó en un concepto conocido como “beca”.
Bajo la perspectiva que la educación es una de las apuestas de inversión con mayor rentabilidad (en sus diferentes aspectos intelectuales y técnicos), es innegable también que es una de las actividades más demandantes de recursos. En la educación se “gastan” tiempo, energía, dinero y multitud de personas presenta dificultades para poder lograr ese balance positivo en estas tres esferas, en especial la última. Para lograr tener recursos, aquellos que están deseosos de educarse o formarse, gastan tiempo y energía para su manutención y la necesidad de costear una matrícula, hospedaje, alimentación, transporte, materiales de estudio o trabajo, se transforman en factores para evitar que el educando cumpla con sus objetivos.
Es por ello que existe esa necesidad de establecer estos mecanismos de acceso a recursos educativos, pues no debe (o debería) existir un límite al desarrollo marcado por el ingreso familiar o individual. El hecho de becar o patrocinar talentos, se traduce en beneficios sociales, pues dota de ingenieros, médicos, académicos, científicos, abogados, enfermeras, pensadores, entre otras profesiones o actividades, que impactan de manera positiva en el desarrollo de las sociedades.
Así mismo, el hecho de becar a una persona o patrocinar algún tipo de estancia profesional en otra región geográfica o en otro ambiente distinto al local, es generador de una red de crecimiento y entendimiento de nuevas visiones de afrontar la realidad y mecanismos nuevos o distintos para resolver problemas. Los esquemas de pensamiento se modifican y los resultados obtenidos, al aplicar esas herramientas adquiridas, son de mayor calidad y trascendencia. En muchos casos, las actividades llevadas a cabo por los becarios les permiten tener experiencia en el campo en que se desenvolverán y podrán desempeñarse mejor en el ramo para el cual se están preparando. Es de hacer notar que el ser beneficiario de este tipo de apoyos, redunda también en un mayor sentido de pertenencia social y en muchos de los casos, se estimula incluso la filantropía.
Estos y otros “beneficios” generados por becas, estancias, internados, rotaciones externas o cualquier otra figura de patrocinio a actividades científicas, culturales o de carácter social, son por lo que debemos mantener vivo y activo este mecenazgo y librarlo, tal y como ocurre actualmente, de ese detrimento de imagen en el que se relaciona al becario como un holgazán, vividor o abusón que pide dinero extendiendo la mano para hacer “nada”, siendo lo anterior una imagen creada por algunos a quienes el pensar, estudiar, investigar o crear, les resulta un ejercicio fútil e inútil.
Si bien las regulaciones deben estar presentes, el minar e incluso pensar en destruir estos sistemas de desarrollo, que permiten alcanzar a multitud de personas sus objetivos de crecimiento, que impactarán luego en las sociedades, es poco menos que demencial.
No permitamos la construcción de una era de estupidez. Estamos a tiempo.
