Los directivos de Google decidieron eliminar de su red social YouTube los contenidos que promueven la “libertad de no vacunarse” y las teorías conspiracionistas sobre el tema. Desde que inició una de las gestas heróicas más importantes de la ciencia moderna, surgió un puñado de ignorantes que mentían en las redes para beneficio propio.
El argumento era la libertad individual. “Ningún gobierno puede imponer una vacuna que diseñaron para controlarnos, que puede ser un simple engaño para enriquecer más a las farmacéuticas o a Bill Gates”. Investigadores encontraron que una docena de “influencers” crearon animadversión contra la inoculación. Por todo el mundo surgieron movimientos “anti-vaxx”. El combustible lo proporcionaban YouTube, Facebook, Instagram y otras plataformas. Incluso el hijo de Robert F. Kennedy era uno de los matarifes indolentes.
Costó muchas vidas la desinformación o el vil engaño de personajes sin ninguna base científica. Los medios digitales tardaron tiempo en reconocer su responsabilidad. Dar espacio y difusión a quienes hacen daño público con mentiras no podía ser un ejercicio de libertad individual.
Si alguien va a la plaza con un rifle cargado y comienza a disparar a lo loco, nadie en su sano juicio podría defender su conducta. Las balas matarían a los transeúntes, ya fueran niños, mujeres o ancianos. Y si ese “libertario” tuviera millones de balas, el riesgo público sería inconmensurable. Eso son los anti-vaxxers: criminales en potencia.
En EU los sectores más ignorantes y fanáticos del trumpismo alegaban libertad para no vacunarse, hasta que la epidemia y la variante Delta hizo estragos en estados sureños como Alabama, Luisiana y Georgia. Vimos a muchos anti-vaxxers morir en los hospitales. Algunos reconocían su error y suplicaban a la gente que se vacunara, otros persistieron hasta su último aliento en su “libertad” de decidir.
Hay múltiples casos en la prensa inglesa sobre difuntos que renegaron de la vacuna. Sus familias imploraban a través del The Guardian, The Independent, Sky News, la BBC y todos los medios posibles que la gente se vacunara. Hasta fortachones que se sentían inmunes al COVID fallecieron por su ignorancia, soberbia o terquedad.
Las plataformas de redes tardaron mucho en entender el daño que hacían esa docena maldita de negociantes de la ignorancia y mercachifles de teorías conspiratorias. Después de 8 meses comprendieron su error. Una cosa es la libertad individual para expresarse sobre temas diversos y otra es comerciar con la estupidez ajena. Mientras los anti-vaxxers se llenaban los bolsillos de dinero, cientos de miles de personas morían por sus engaños.
El presidente Joe Biden, muy molesto, decidió atacar, porque todo el esfuerzo de vacunación se frenó. Tuvieron que recurrir a medidas coercitivas en el Ejército y en las oficinas públicas. Quien no estuviera vacunado no tendría un lugar ahí. Luego presionaron a las empresas para que hicieran lo mismo. Biden obligó a las plataformas como YouTube y Facebook para que dejaran de difundir los mensajes criminales de los merolicos cibernéticos. Lo logró y ahora tendremos a raya a quienes viven del engaño y las teorías conspiracionistas.
Se gana una batalla, la guerra sigue.
