El uso de la Historia está lejos de ser nuevo en la política. Establecer continuidades y rupturas con el pasado es parte fundamental de cualquier discurso de un líder social. El presidente Andrés Manuel López Obrador conoce estos arcanos de la retórica dirigida al pueblo y sabe utilizarlos magistralmente: “El mejor medio para ejercer el poder sobre los hombres, sobre las masas, es mediante su pasado y sus símbolos:” Rousseau
Con la globalización, los nacionalismos parecían fantasmas del ayer, pero por más globalización que se procure, un líder carismático sabe que los símbolos dan la identidad a los pueblos; para eso son las celebraciones, para influir en el inconsciente colectivo de las masas, con el incienso de la liturgia, la estatuaria, los símbolos y los espacios sacros de la patria. En México, no pueden faltar los santones laicos, para reverenciarlos en los altares de la patria, tal y como se veneran los santitos en los altares de la Iglesia.
Para este 16 de septiembre, el Gobierno de la República se esmeró en celebrar a nuestros héroes con la solemnidad que la Patria exige. El repicar de campanas, el sonido del tambor y las trompetas, la gallardía de los militares, las luces, la ornamentación, fueron el marco ideal para la liturgia de la celebración de nuestros héroes. Para el ejercicio del poder, el desfile es probablemente la más eficaz de todas estas herramientas, por estar investido de mensajes y simbolismos políticos e históricos. En la manera en que se representa y evoca el pasado, se satisfacen las necesidades del presente.
Así las cosas, es comprensible que el Presidente insistiera en dar el Grito de Independencia, salir en solitario al balcón de Palacio Nacional, la casa de Moctezuma, acompañado con la bandera y el águila devorando una serpiente. Lo seguían virtualmente millones de mexicanos a través de la televisión. Las arengas que lanzó fueron respaldadas con el dramático eco que producían la Catedral Basílica y el Palacio Nacional, imborrables símbolos de los poderes fundacionales, testigos mudos donde se marmolizó la Historia de México.
El evento fue sobrio, realizado con la liturgia y los simbolismos que la religión laica de la patria exige. Así, se abonó la memoria colectiva del pueblo y sus valores más arraigados. En la vida pública, en la religión y en el ejercicio del poder, los símbolos tienen una enorme importancia para conectar y representar. El poder se ejerce con la liturgia que éste exige, y la liturgia necesita de símbolos y estos a la vez requieren de un Gran relato. El Presidente sabe que en su narrativa del combate a la corrupción, del fin del modelo neoliberal, la preferencia por los pobres y la purificación del régimen, reside la fortaleza que le brindan millones de mexicanos que respaldan su Gran relato.
El PAN que aspira a ser el rival de MORENA en el 2024, tiene mucho que aprender y en lugar de criticar sistemáticamente, les vendría bien un baño de humildad y analizar meticulosamente lo que le funciona a un líder social como Andrés Manuel para conservarse en el ánimo de millones, después de haber pasado por una de las crisis económicas y de salud más graves de la Historia.
El partido Acción Nacional, y los dos presidentes de la República que ha tenido, se excluyeron del Gran relato. Renunciaron a la historia, se alejaron del mito, de la memoria y de los símbolos que permitieron hermanarnos como mexicanos en un glorioso pasado para constituirnos en nación. Su discurso fue carente de simbolismo, vano de héroes, mudo de batallas y huérfano de glorias.
Enterraron a los próceres, perdieron el hilo conductor, se desconectaron del pasado, de sus orígenes, no tienen mártires ni apóstoles. Podrían reivindicarse como herederos de Moctezuma o de Cortés, de Hidalgo o de Félix Calleja, de José Ma. Luis Mora o Lucas Alamán, de Juárez o Maximiliano, de Madero o Huerta, de Zapata o de su verdugo Guajardo, en fin…. hay de dónde escoger, pero tienen que tener su Gran relato, sus símbolos y sus héroes.
Siempre ha existido una relación disfuncional entre el PAN y el poder, es algo genético. A estas alturas, todavía algunos militantes no han sabido distinguir entre política y religión, entre el Estado Mexicano y el Reino de Dios en la tierra& En sus ochenta y dos años de vida no han sabido qué hacer con los presidentes de México, incluyendo a los de su propio partido&
“El adocenamiento y la intrascendencia del PAN durante varias décadas se debieron, fundamentalmente, a su renuncia original a la competencia política y lucha por el poder, que los privó de cualquier dimensión heroica. Su rechazo al generoso proyecto de La Revolución mexicana, los desarraigó del país que pretendían redimir y los confinó al gueto de sus convicciones, sin que nadie los hubiera obligado&,” dice Carlos Arreola.
La dominación política implica una definición e interpretación histórica. No pueden los gobiernos rehuir el pasado, la realidad histórica y poner los ojos en blanco, sustituyéndola con procesiones y celebraciones religiosas. Existe también otra religión, la laica: “La política”. Permanecer ajeno a la historia, excluido del significado y la interpretación del “Gran relato”, carente de simbolismo y héroes, encarnaría un gobierno efímero, fugaz, incapaz de permear el inconsciente colectivo.
“El hombre es un animal de símbolos”: Carl Jung.
