El presidente López Obrador se subió al ring contra Ricardo Anaya. Lo suyo, lo sabemos, no es el box. Su juego favorito es el beisbol. Dos deportes muy distintos. En la vida habíamos visto que un presidente dedicara tanto tiempo, acusaciones e insultos a un contrincante político. Así no eran.
En el box se lucha cuerpo a cuerpo y con toda la fuerza de las manos y la cabeza, que también boxea. El cometido es noquear al contrincante o cuando menos ganarle por decisión. El primer golpe lo dio Ricardo Anaya cuando dijo exiliarse por la amenaza de que López Obrador lo metiera a la cárcel 30 años.
El Presidente respondió sacándose el golpe, diciendo que él no tenía que ver con el asunto, que era un tema de la Fiscalía General de la República. Sin embargo le dedicó casi una hora de la mañanera a su principal contrincante en la elección de 2018. Descubrió sin rubor su animadversión por el joven panista.
Ayer Anaya contestó muy temprano, antes de que comenzara el programa matutino desde Palacio Nacional. Un golpe duro al mencionar la impunidad de los hermanos Pío y Martín López Obrador. El Presidente respondió de nuevo con insultos, calificativos y un rostro molesto, enfadado. Algo inusitado en la historia política reciente.
Todo coach o entrenador saben que el líder, quien ostenta la posición de ventaja, nunca debe responder golpes, a lo más, tiene que esquivarlos y enviar a un segundo como sparring defensor. Al retador siempre le viene bien la respuesta de su oponente. Quiere decir que es importante en el ring y que el enganche es posible. Como la estrategia le funcionó a David, tratará una y otra vez de sacar de balance a Goliat.
Anaya trabaja en dos cuadriláteros: el primero es contra el Jefe de Estado, no poca cosa, y el segundo contra sus detractores internos en Acción Nacional. Con su estilo ágil y relampagueante manda golpes a diestra y siniestra. Se oculta detrás de las cuerdas cuando así le conviene y regresa por las redes sociales con la libertad que nunca antes tuvo un opositor.
El público se enciende y grita desde la gradería. Finalmente se divide en dos, los que están con la 4T y todos los demás. Al joven saltamontes los fans de López Obrador lo acusan de todo: ladrón, hipócrita y hasta vende patrias de la soberanía nacional petrolera. A quienes lo apoyan no les interesa que parezca un peso ligero, lo ven como a Cassius Clay quien bailaba como mariposa y pegaba como avispa.
La intención de los cuatroteistas es sacarlo de la pelea, declararlo perdedor porque no cumplió ni el peso ni las condiciones. Quieren verlo en la cárcel, fuera de la competición o tirado en el ring por un cabezazo del fiscal Gertz Manero. Es posible que lo persigan a donde vaya, pero la pura voz de un delincuente confeso Emilio Lozoya no sería suficiente para descalificar su intención de llegar al 2024 encabezando al PAN y a una coalición opositora. En su defensa saldrán abogados expertos. Marcelo Ebrard, el candidato más fuerte de Morena pasó por el exilio también, cuando lo acusaron por desfalcos en la línea 12 del Metro. Desde Francia le pintó un violín a Enrique Peña Nieto, quien lo culpaba de haber descubierto su Casa Blanca. Todo en sigilo.
Lo interesante del encuentro (o mejor dicho desencuentro) es que la oposición en el PAN ya tiene un líder que no tiene miedo a fajarse con el más poderoso presidente que ha tenido México desde Carlos Salinas de Gortari. (Compre sus palomitas)
