Desde hace cuatro años estamos en campaña, metidos en un río turbulento de enfrentamientos reales o imaginarios entre presuntos progresistas y conservadores. La hoguera de la discordia se alimenta desde el Gobierno en el patíbulo de las mañaneras. Es una pérdida de tiempo y un distractor de asuntos trascendentes para el país.
Si vivimos a gritos y sombrerazos resulta imposible revisar un plan nacional de desarrollo o alinear a todo el país en un esfuerzo de crecimiento. Cuando todo es campaña, la crispación y la ansiedad aumentan. Hay a quienes les gusta vivir como perros y gatos pero no es sano. Tanto en familias, empresas y el Gobierno, la confrontación provocada y permanente destruye el espíritu, y aunque parezca romántico, el amor a México.
Es una enfermedad.
Ayer se repitió la cantaleta cotidiana en la mañanera del Presidente. Que si López Dóriga es un corrupto, que si la prensa y los conservadores están aliados en contra de la 4T, que si las aspiraciones de López Obrador para que haya una votación que lo ratifique o le revoque son válidas o no. Todo es pleito.
Pleito con el INE, con la Corte, con los tribunales, con los jueces, con los periodistas, con la clase media, con la oposición en el Congreso. Mientras eso sucede la gobernación del país da tumbos. La ley no se aplica y cualquier grupo activista puede fastidiar la vida de cientos o millones de compatriotas.
Me gustaría preguntar a los representantes de Morena: ¿no es tarea del Estado y su máximo representante el Presidente de la República, con toda su investidura, luchar por la armonía nacional? Calificar y descalificar a diario, culpar a los “actores del pasado” de todos nuestros males puede ser un distractor, pero nunca una política pública de buen gobierno. Al tiempo se van a fastidiar hasta los más leales seguidores de Morena. No creo que a la mayoría de los mexicanos nos guste vivir en un disgusto perpetuo.
Nadie puede negar que los conflictos y las diferencias suceden en familias, empresas y en las democracias pero el pleito sin fin siempre termina mal. El ejemplo de ese estilo rijoso lo tuvimos con Donald Trump. Quiso dividir todo: a los Estados Unidos con sus socios occidentales, a los liberales con los patrioteros. Siempre le sobraban calificativos e insultos para sus adversarios. Les llamaba “The Swamp” o el pantano. Para él, Washington vivía en un sucio y pestilente pantano y él lo “iba a secar”. Pura retórica.
Al final de su periodo, cuando alegaba un fraude que nunca existió, lanzó a las hordas furiosas de fanáticos republicanos en contra del Congreso en el Capitolio. Algo nunca visto en Estados Unidos desde hace dos siglos. Hasta muertos hubo.
Aquí le llaman la “Mafia en el Poder” a los anteriores funcionarios públicos del PRI y el PAN. Es cierto que hubo una cleptocracia o ratería institucionalizada en el pasado sexenio, pero vemos que la impunidad permanece y la robadera no cede. Salvo Rosario Robles, ningún mafioso del pasado ha pisado la cárcel. Peña Nieto sigue tan campante paseando a su novia en Europa. Emilio Lozoya está en su casa, y quienes perpetraron la Estafa Maestra o los presuntos desvíos de miles de obras públicas o cochupos con Odebrecht, cuentan sus fortunas alejados de la justicia.
Lo único que esperamos es que de las palabras no pasemos a las manos.
