La absurda declaración, como las de tantos funcionarios de este y otros gobiernos, en principio me pareció irrelevante. Debía tratarse de un titular sacado de contexto -otra práctica habitual en nuestra desmañada vida pública- a partir del cual se habría volcado otra típica avalancha de aguas negras en la irremediable inclemencia de las redes. Una frase mal elegida o apurada, un ambiente propicio a la exaltación y el linchamiento, y un escándalo que, como tantos otros, duraría un suspiro antes de ser sustituido por la siguiente impertinencia. Picado por la curiosidad, decidí ir a la fuente y allí estaba, más o menos literal, la provocación -no la imagino de otro modo- que para entonces ya había desatado una andanada de malas bromas y condenas sumarias.
En efecto, el funcionario proclamaba que su perspectiva -la suya y la de la 4T, especificaba- consistía en enseñar la lectura como una actividad “destinada a formar mexicanos pensantes, inteligentes y que cuestionen su realidad -hasta aquí nada que objetar, para luego añadir-, siempre entendiendo que no se trata de leer por leer, sino asumiendo que el acto de lectura es un compromiso y genera un vínculo con el texto y el autor y, en la medida que se asume este ejercicio como algo que fomenta las relaciones sociales -un batiburrillo ideológico, bastante confuso, que concluía con su ahora célebre alocución-: en donde no se trata de un acto individualista de goce…” -a lo que seguía un blablablá más o menos marxista sobre la emancipación de los pueblos.
El desatino podría haber sido apenas una trastada olvidable entre tantas si quien lo pronunció no fuera el responsable de los libros de texto gratuito que se distribuyen a todos los niños del país: su idea en torno a la lectura -a la cual dedicó más de dos horas de discurso-, resulta entonces absolutamente relevante dado que podría terminar por impregnar a miles de maestros y a millones de estudiantes. Para empezar, señalemos que, por lo que reportan los medios, su arenga era sobre todo militante: una oportunidad para defender su proyecto (y el polémico rediseño de los libros) y para darle un rapapolvo a la derecha que jamás ha gustado de su existencia.
Quizás por ello su tono suena tan combativo, lo cual no hace menos drásticas y contraproducentes sus palabras. Sostener que la educación pública debe tener como objetivo que la lectura no sea “un acto individualista de goce”, o que “leer por leer” es una mala práctica, pervierte hondamente el acto de la lectura al privarlo de su total libertad y volverlo necesariamente utilitario, y condena al fracaso la estrategia de buscar más ciudadanos conscientes y críticos, que en teoría era el motivo del polémico rediseño de los libros de texto.
A estas alturas sabemos que uno de los grandes fracasos de la educación de niños y jóvenes (y no sólo en México) deriva justo de una pedagogía autoritaria que obliga a los estudiantes a leer textos previamente seleccionados -por ejemplo, en los libros de texto-, en vez de adaptarse al gusto -sí, al placer individual- de cada uno. Sin duda la lectura debe asumirse como un acto emancipador, pero ello no puede estar prediseñado, sino que cada maestro debería ser capaz de escuchar y reconocer los gustos de sus alumnos para compartir con ellos -éste es el verbo preciso: compartir- el placer por la lectura, que es la única forma posible de transmitirla. Además de ello, en nuestra época los planes de estudio y los maestros deberían ser capaces de relacionar los textos literarios con los otros mundos ficcionales que hoy apasionan a niños y jóvenes: películas, series, videojuegos, juegos de rol, ubicándolos en el mismo lugar creativo y mostrando su articulación con ellos.
Empeñarse en imponer una sola forma de leer -para colmo, sin placer alguno-, pensando que ello reforzará los lazos sociales y creará ciudadanos críticos, es un abyecto sinsentido que no hará otra cosa que formar más y más ciudadanos que aborrecen la lectura justo por haber sido vacunados ideológicamente en contra de ella.
@jvolpi
