Un dilema invade a Occidente: qué hacer con los ciudadanos que no quieren vacunarse. En Francia el presidente Emmanuel Macron conoce las consecuencias de permitir que personas sin vacuna entren a oficinas públicas, quieran viajar en transporte público o se acerquen a los demás en reuniones sociales. Estuvo dispuesto a usar la fuerza de la República para controlarlo. En Estados Unidos Joe Biden realiza reuniones públicas donde explica: “tenemos una pandemia para quienes no se han vacunado, es así de básico, así de sencillo”.
Es un choque de derechos alimentados por la desinformación, la ignorancia y la pura y llana maldad. El derecho de decidir qué medicinas tomamos en lo individual y el derecho a no ser infectados. ¿Dejamos que compañeros de trabajo sin vacunar se acerquen sin saber si están vacunados o no?, ¿debemos permitir en el transporte público a personas sin vacunar? Lo más importante: ¿debemos exigir un pasaporte de vacunación en las oficinas públicas y las empresas privadas, en las universidades, en teatros y estadios?
En México las preguntas tendrán mayor sentido cuando el acceso a la vacunación sea universal como ya lo es en Israel, al tiempo tendremos que hacerlo. Aunque la ley establece que no hay derecho a terminar una relación laboral por la negativa a la vacunación, conocemos el deber de evitar el riesgo de muerte de los no vacunados.
Como siempre, las víctimas son personas que creen porque les dijeron, oyeron o leyeron en plataformas de internet que hay una conspiración mundial. Ideas tan tontas como la que escuchamos al principio de la pandemia: “Bill Gates inventó los virus para las PC para luego vender el antivirus; ahora crean el COVID para vender la vacuna”. Otra más: “en la vacuna va un chip para controlar la existencia de todos”.
Para combatir la desinformación surge una organización llamada: “Centro para contrarrestar el odio y la desinformación”. CCDH por sus siglas en Inglés. Los integrantes buscaron en redes sociales de dónde provenían los engaños anti vacunas. Localizaron a 12 timadores que difunden mentiras, pseudo ciencia y falsas conspiraciones. Los más vulnerables en Estados Unidos son segmentos de población afroamericana y latina. A veces los niveles de educación forman parte de la susceptibilidad al engaño, pero debemos tener humildad de pensamiento& casi todos hemos sido timados alguna vez o en varias ocasiones.
En la mente del timador existe un sólo interés: ganar con la ignorancia del engañado. El lucro puede ser económico o millones de clics a sus contenidos. Por eso el presidente Biden presiona a las plataformas de internet para que impidan los abusos de los timadores. Una tarea casi imposible.
Para el común de los ciudadanos quedan dos respuestas a nuestros amigos, compañeros de trabajo y conocidos: la blanda y la dura. La primera es informar con todos los planteamientos racionales, casi con un manual de ciencia básica o con ejemplos. Podemos mostrar a los arrepentidos de no vacunarse que están en la sala de cuidados intensivos. Podemos advertir que familiares y amigos peligran por sus creencias infundadas. También podemos recurrir a las estadísticas. Quienes hoy más sufren la enfermedad son los “anti vacunas”.
La respuesta dura es más sencilla: “no te acerques porque te puedo infectar sin darme cuenta y no quiero ser responsable de tu salud, y en un extremo, de tu muerte”.
