Uno de los bufones que aparecieron en la más reciente campaña electoral tocó una fibra de nuestra nueva política. Surgido del mundo del espectáculo, el candidato de uno de los partidos que aparecieron para perder de inmediato el registro, cortejó a sus electores con una estrategia innovadora: pedía su voto insultándolos. No repetía la vieja escena del beso al bebé y el empalagoso elogio al elector. Corría para mentar madres. Pedía votos abalanzándose a su posible votante con insultos. En lugar del gastado recurso del beso al bebé y las líneas de un programa de acción, el actor mentaba madres. Mientras él era un hombre exitoso, dueño de un enorme patrimonio, los votantes eran unos miserables, unos fracasados. Algo trascendió también del negocio que hacía al prestarse como candidato, pero su aportación al discurso electoral fue otro: el desprecio cómo vínculo esencial entre político y elector.
Insulte a su votante ha sido el nuevo mandato de la política mexicana. Oféndalo, agrédalo, desprecie sus razones, búrlese de sus motivos. Regáñelo por no estar a la altura de la historia, repruebe su ignorancia, su sometimiento; búrlese de sus miedos, de sus ilusiones o de su egoísmo. El imperativo se impone, al parecer, en todos los ámbitos de la política nacional. De la izquierda a la derecha, del oficialismo a la oposición se perciben esas agresiones a quienes se atreven a contrariar las expectativas de los que sí entienden. El insulto no ha parado después del voto.
Tras la elección, no se ha visto el mínimo esfuerzo por comprender al votante que no se dejó convencer. No se ha asomado la autocrítica que debe acompañar cualquier castigo electoral. Lo que se ha reforzado es esa política del desprecio que desemboca en insulto. Ciudadano es quien está de acuerdo conmigo, parecen decir, de distintas maneras nuestros políticos. Los otros no lo son plenamente porque no son sujetos independientes, racionales, conscientes de su deber cívico.
Para algunos voceros de la oposición, los votantes que respaldaron a los candidatos de Morena son mantenidos que carecen de la independencia elemental para tomar una decisión propiamente democrática. Son dependientes de las dádivas gubernamentales y, por tanto, carecen del juicio elemental para participar en el proceso democrático. Reciben “subsidios” y, por lo tanto, viven en condición de servidumbre, sugieren. Si nosotros pagamos impuestos y por tanto votamos en libertad, ellos reciben dádivas y están sometidos al proveedor. Gabriel Quadri, uno de los más visibles y activos representantes de la coalición opositora, ha llegado a sugerir que debería reconsiderarse el sufragio universal. Así lo ha dejado escrito, con todas sus letras. Quienes no pagan impuestos no deberían participar en las elecciones. No es claro quiénes no pagan impuestos, pero el carácter grotescamente antidemocrático del argumento es clarísimo. No todos quienes tienen una credencial de elector deberían ser reconocidos como ciudadanos. Que voten solamente quienes tienen los ingresos que fundamenten su independencia política. Quienes viajan como gorrones son incapaces de asomarse al interés colectivo. Por eso deberán mantenerse al margen de una decisión para la que no están preparados. A callarse para no ensuciar una decisión que debe provenir solamente de la limpia razón de los contribuyentes.
Para el oficialismo es la clase media la que empaña la decisión electoral. Codiciosa y materialista, es incapaz de vislumbrar el interés público. A insultar a la clase media se han dedicado el presidente y la regenta de la ciudad. Son presa fácil de las mentiras de los medios. El voto por la oposición en la capital no dice, en realidad, nada porque los votantes que dieron la espalda a Morena no son sujetos políticos sino objetos de la manipulación. Quienes votaron por la oposición son, en realidad, títeres de los más siniestros intereses. Víctimas de campañas de desinformación, incapaces de evaluar por sí mismos la realidad. Su ingratitud no es decepción legítima y fundada, sino reflejo de que carecen de juicio propio. Electores ignorantes y manipulados. Por eso han sido instrumento de los peores despotismos de la historia, ha llegado a decir el presidente: en el voto opositor se asoma el huertismo, el pinochetismo. En cada integrante de la clase media se esconde un fascista.
