El presidente López Obrador había reclamado en público a Estados Unidos que una de sus instituciones diera donativos a la ONG “Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad”. Una organización fundada por Claudio X. González.

MCCI tuvo logros significativos en el pasado sexenio, el más importante fue el descubrimiento de una gran estafa a los fondos públicos a través de la Secretaría de Desarrollo Social. Unos 7 mil millones de pesos habían sido desviados a campañas del PRI y para enriquecer a los intermediarios que las realizaron. Le llamaron la “Estafa Maestra”.

Para el partido Morena, el descubrimiento de MCCI fue una palanca más de su campaña hacia el poder. Además de la Casa Blanca de Peña Nieto y la corrupción de los gobernadores, López Obrador tuvo argumentos demoledores para pedir el cambio y enarbolar en campaña la bandera de la lucha contra la corrupción.

Cualquiera pensaría que ya en el poder, López Obrador se valdría de todo lo que ayudara a destapar corruptelas como lo hace MCCI. Todo cambió cuando Claudio X. González se retira de la ONG y comienza una lucha política en contra de las políticas del Gobierno. El Presidente, raudo en señalar a opositores como adversarios conservadores, emprende una campaña en contra del activista. Descubre que parte de los fondos de MCCI provienen de la USAID, una organización norteamericana de apoyo a fundaciones, instituciones y organizaciones cívicas que buscan mejorar la democracia y la vida cívica de países menos desarrollados.

De ahí se valió López Obrador para mandar una nota diplomática a la Embajada de Estados Unidos por considerar esos donativos como una intervención política en los asuntos internos del país. Estuvo duro y dale haciendo público su enojo. Algo que normalmente se hace por medio del Canciller. Sabíamos que el Presidente hablaba para la tribuna y que el asunto sería menor comparado con los grandes temas pendientes entre las dos naciones.

Finalmente llegó la respuesta a la nota que no era diplomática. Contestó la Casa Blanca con elegancia y claridad. Joe Biden y su proyecto político incluyen la lucha contra la corrupción dondequiera que esté. Estados Unidos lo hace por principio y también como autodefensa en contra de terroristas, cárteles del crimen organizado y políticos corruptos que minan la democracia en otros países. Sin mencionar en particular el tema de MCCI, Biden amplía el tema que manda al basurero la queja.

Esa respuesta llega justo antes del arribo de la vicepresidenta Kamala Harris al país. La Casa Blanca y el Departamento de Estado no habían contestado por prudencia, y tal vez, por considerar que era parte del juego electoral en México. Hasta que se cansaron de tanto reclamo. Estados Unidos apoya a cualquier institución que busque combatir la corrupción “en el mundo”. Es una forma de apoyar los valores democráticos.

¿Es intervención? Claro que lo es. Sin embargo, para muchos mexicanos su significado es de aliento, no porque estemos a favor de que un país extranjero se meta en nuestros asuntos, sino por lo que significa: Estados Unidos se opondría con todo su poderío al establecimiento de una república socialista bananera como Venezuela o Cuba en México.

Sin decirlo, la nota de Biden recuerda la máxima de Teddy Roosevelt: “Habla suave pero lleva un gran garrote”.

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