El discurso del presidente Joe Biden ante el congreso norteamericano fue una lección y una luz de esperanza. En 65 minutos estableció su estrategia ante la crisis. Su política económica, laboral, fiscal, migratoria, legal y ambiental. En una hora rompió con el populismo de derecha de Trump y diseñó lo que será una democracia renovada, más incluyente, justa y competitiva. Todo en el mismo paquete.
Prometió cien millones de vacunados en los primeros cien días de su mandato; llegó a 220 millones. “La vida nos puede golpear pero nosotros, en América, jamás permanecemos abajo, nunca, nunca lo hacemos, los norteamericanos siempre nos levantaremos”. Aseguró, además, que ya puede vacunarse cualquier norteamericano mayor de 16 años.
Estados Unidos regresa al crecimiento. Lo hace con toda la fuerza de su poderío económico y la audacia de un líder que pronto cumplirá 80 años. Biden esperaba gobernar sólo 4 años pero, si puede, tratará de reelegirse. Presidirá la transformación más grande de EU desde Franklin D. Roosevelt.
Atrás quedó la retórica populista de Donald Trump, su discurso corrosivo en contra de los aliados tradicionales de Estados Unidos; lejos está la política de “America First”. Por fortuna vienen acciones directas para reconocer a los 11 millones de inmigrantes que no tienen papeles y a los “dreamers”. Ellos son jóvenes que desde niños llegaron a Estados Unidos pero no tienen residencia legal y menos el acceso futuro a la ciudadanía. Con Trump estaban perdidos y amenazados. Los supremacistas blancos, los conservadores republicanos y los seguidores de Trump querían regresarlos después de que ese país ha sido la casa donde han vivido y crecido. Biden lo va a resolver y pronto.
Dicen los comentaristas que es una sorpresa. Nunca se esperó tanto en tan poco tiempo. Tiene prisa por devolver a su país lo que le quitó Trump: liderazgo mundial fincado en el ejemplo. Regresa al acuerdo climático de París y promete fortalecer a la OTAN. Fija, en pocas palabras, límites a Rusia, China, Irán y Corea del Norte. Con una postura firme declara que no busca conflictos pero defenderá con todo cualquier ataque a sus aliados.
Para cultivar cierto nacionalismo promete que su gobierno consumirá productos norteamericanos. En su proyecto de inversión social, calcula que eliminará la mitad de la pobreza alimentaria infantil. Financiará el gasto social y la inversión pública cobrando más impuestos a las grandes empresas y a todo aquel que gane más de 400 mil dólares al año.
Todo lo que dice es sensato. Pide a los republicanos su ayuda con propuestas y participación. Sobre todo, finca todo su gobierno en la Unidad. Se escucha la voz de un hombre sereno, y aunque a veces sus 78 años traicionan el ritmo de su discurso, despide luz de firmeza y bondad. A leguas podemos ver que sabe lo que hace.
La maravilla de la alternancia trajo a un hombre sabio, sin rencores, sin agravios o cuentas por cobrar, a la silla del mayor poder mundial. Lejos queda la pesadilla del hombre naranja, del racista narcisista que envenenó a la mitad de la población norteamericana y la puso en contra de la otra mitad.
Creo que en México lo vamos a apreciar mucho. Más allá de que sea un ferviente católico que adora a la Virgen de Guadalupe, sabemos que en tiempos de tormenta su mano serena y firme ayudará a que nuestro país no caiga en la tentación totalitaria o en la aberración de un socialismo tropical como el de Venezuela.
