“Oye Jorge, me llamó mi comadre, está muy preocupada, dice que su marido Francisco, el neumólogo está muy preocupado porque no ha podido vacunarse”.
-“¿Cuál Francisco?”.
“Acuérdate, uno de tus mejores alumnos en la carrera, uno que era ejemplo de dedicación, aquél que pasaba hasta tres noches sin dormir cuando hacía la especialidad”.
“¡Ah sí, ahora lo recuerdo, y ¿por qué no se ha vacunado?”.
“Dice que hace tiempo dejó de trabajar en el Seguro Social, inició su práctica privada y ahora trabaja en varias clínicas, y como siempre, de sol a sol. No sabes lo que le ha tocado vivir en estos días de la epidemia”.
“Bueno mujer, a todos nos ha tocado esta tragedia y hasta ahora podemos ver la luz al final del túnel, el Presidente ya hizo traer vacunas de todo el mundo; Marcelo tiene que cumplir la misión”.
“Pero Francisco no cumple aún los 60 y le prometieron, al principio, que nadie del personal médico quedaría fuera. Yo lo quiero como si fuera alguien de la familia. Cuando enfermó mi hermano y estuvo a punto de morir él lo atendió, lo sacó de esa neumonía convertida en pulmonía. Ni siquiera quiso cobrar porque tú eras su maestro querido desde la Universidad”.
“Caray, el Presidente dijo que los médicos de la práctica privada deberían esperar como todo mundo”.
“Pero, Jorge, eso no tiene madre, cómo puedes permitir que miles de tus colegas queden indefensos ante la calamidad. ¿Qué le digo a Martha su esposa, cómo le explico que tú no puedes ordenar que lo protejan a él y a su familia?”
En el grupo de Whats, donde hay muchas amigas esposas de médicos del hospital Ángeles y del ABC, comienzan a mandar indirectas. Dicen que los médicos que siguen las órdenes del Presidente son traidores, que están dejando a sus colegas sin vacunar por su capricho inconcebible.
“La comadre es un ejemplo de servicio y Francisco se quita la camisa para darla a quien la necesita, ya sabes cómo viven, sin pretensiones, sin presumir los logros científicos del compadre. Ahora dicen que ya le van a quitar su beca de investigador nivel 3, pero eso no le importa, lo que necesita es una vacuna porque atiende a muchos enfermos de COVID”.
“Y, ¿sabes qué?, pide la vacuna porque no quiere tener que estar haciéndose la prueba un día y otro también. Su temor es contagiarse sin síntomas y contagiar a sus pacientes. Tú sabes mejor que nadie lo terrible que es el COVID y lo malditas que son sus mutaciones; que la brasileña, que la inglesa, que la sudafricana. También sabes que no se hicieron las pruebas necesarias y al final terminaremos con medio millón de muertos o más”.
“Por favor Jorge, haz algo para que López entienda. Él se irá y tú cargarás todo el peso de haber abandonado a tus colegas, tus alumnos como Pancho y todo el personal de los privados, que se ha partido el alma como nunca. Estaremos apestados. A tus hijos, a tus nietos les restregarán durante años la traición del sector público en el que participas”.
“Lo peor, una amiga anónima me envió un mensaje, el más duro que he recibido. Dice que ustedes no sólo son traidores, que son criminales. ¿Sabes, nunca había sentido tanto odio, tanto desprecio como ahora?”
“¿Por qué no renuncias ya, por qué permites que esto siga adelante, primero con la usurpación de funciones de Hugo que te deja en ridículo y luego con la herencia del desprecio más grande que hayas tenido de tus colegas?”
“No lo sé mujer, no lo sé, he querido renunciar pero él no lo permite, lo conozco desde hace tiempo y le debo lealtad”.
“Basta ya de eso, después de tantos años entregados a tu profesión y al servicio, al estudio, te enviarán al basurero de la historia. No podrás siquiera tener tu nombre limpio en ese bello recinto de Paseo de la Reforma, donde han despachado los más grandes médicos del país.
“¡Oye Jorge, por favor escúchame!”.
