Recuerdo que Monsiváis decía que la crónica era una argucia contra el olvido y recuerdo también aquella mañana en la que medio gabinete recibió, mientras se escuchaba “La Marcha de Zacatecas“, el primer lote de vacunas de Pfizer contra el coronavirus.
Ahí estaban el Canciller, la Subsecretaria de Relaciones Exteriores, el Secretario de Hacienda, el Secretario de la Defensa, el Secretario de Marina, el Secretario y el Subsecretario de Salud, el administrador de Aduanas, y prácticamente todos los medios:
Se dijo que México era el primer país de América Latina en recibir la vacuna. Se dijo que México estaba entre los diez primeros países del mundo que gozaban del esperado arribo del “biológico”.
La puerta del anhelado avión se abrió y bajaron una cajita que elementos castrenses se llevaron a Cancerología a fin de que la vacuna comenzara a ser aplicada al personal de salud, “que se halla en la primera línea de atención a la pandemia”.
Las cosas buenas llegan en muy poquitas cantidades”, dijo feliz y verdaderamente emocionada la Subsecretaria de Relaciones.
Pronto comenzarían a llegar, periódicamente, embarques de 50 mil dosis. Era el 23 o el 24 de diciembre. Para finales de enero de 2021, dijeron, tendríamos 1 millón 429 mil 575 dosis.
¡Misión cumplida!
Pasaron luego cosas muy extrañas en las que no voy a detenerme, como el anuncio de que la información sobre las vacunas se iba a guardar por cinco años por razones de seguridad nacional. Y como la súbita declaración del presidente de que siempre no iban a llegar las vacunas anunciadas porque la ONU le había pedido a Pfizer que redujera sus entregas para que los países pobres tuvieran también acceso a las vacunas.
Resultó luego que la ONU no había pedido eso y que la entrega de las dosis se había reducido por problemas y ajustes internos en los procesos de producción de Pfizer.
A estas cosas extrañas hay que sumar el anuncio de que las brigadas de vacunación iban a estar conformadas, en año electoral, por el ejército electoral del Presidente: los famosos Servidores de la Nación, y el hecho de que en lugar de vacunar al personal de primera línea, como se había ofrecido, se decidiera vacunar en año electoral y como un supuesto “plan piloto” a entre 12 y 24 mil maestros de Campeche.
La misma confusión, en fin, las mismas mentiras, las mismas inexactitudes, la misma opacidad, que hemos vivido desde que se declaró la pandemia, regresaron durante las llamadas Fase 1 y 2 de la vacunación.
Se dio a conocer el inicio de esta última fase, enfocada a la aplicación de dosis para personas de 60 años o más. Se anunció que estas personas podrían registrarse en una página de internet, mediante el sencillo recurso de proporcionar algunos datos.
La página que presentaron colapsó en unos minutos. Comenzaron las quejas en redes. “Es el nuevo Ticketmaster”, tuiteó alguien.
Tal vez quienes hicieron la página actuaron como si se tratara, en efecto, de vender boletos para un concierto. Pero esto no era un concierto: es la tragedia más grande que ha vivido México en un siglo. Tuvieron meses para anticipar la demanda que habría, pero como siempre: no lo hicieron.
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“Consultando a Renapo”.
“No se puede acceder a este sitio”.
“mivacuna.salud.gob.mx tardó demasiado en responder”.
“Sin respuesta de Renapo”.
“Intente más tarde”.
El Subsecretario ha dicho que todo esto prueba el interés del pueblo mexicano en la vacuna. Ya da lo mismo lo que diga el Subsecretario. Para mí, todo esto prueba que comenzaron la fase de vacunación de mismo modo en que habían comenzado la fase de contagio: en medio del caos, al aventón, y con el pie izquierdo.
Twitter: @hdemauleon
