Hay dos formas de ver el comportamiento del COVID-19 y sus varias mutaciones que tanto intrigan a los científicos: con terror y con asombro. Quienes descubren las diferencias entre el virus original y sus cambios, ven la magia de la evolución en tiempo real.
Hay quienes conocen al enemigo de cerca y saben el daño que podría tener en la humanidad la multiplicación de cepas del virus. Hemos platicado de la historia de la “Gripa Española” o “Gran Influenza” de 1918. El daño humanitario fue cien veces mayor en mortalidad que el COVID-19. Entonces, ¿por qué algunos científicos temen que los virus acabarán con nuestra especie, que la humanidad peligra?
Me llamó mucho la atención que un científico, conocido de la familia, expresara sus dudas sobre nuestra capacidad de sobrevivencia. El mundo no se va a acabar ni los virus ganarán la guerra, al menos en esta ocasión. Las plagas llegaron a mutilar la población de Europa hasta en un 50% en la Edad Media. Con la influenza de hace un siglo el mundo perdió, cuando mucho, el 5% de su población por la epidemia.
El COVID puede cobrar 4 o 5 millones de vidas cuando termine la pandemia, eso es un 0.066% de la población. El número es aterrador porque lo vemos y contamos cada día. Porque los hospitales se llenan, y como en Portugal o México, las camas no ajustan y el oxígeno falta. Lo vemos en la televisión y lo leemos en las noticias minuto a minuto.
Los bichos tienen mutaciones, el hombre tiene más en su capacidad de enfrentar los retos con la medicina y la ciencia. Los secuenciadores o máquinas que examinan la estructura genética de los virus apenas se popularizaron hace dos o tres décadas. Las vacunas, que antes tomaban por lo menos cuatro años en desarrollarse, hoy se produjeron, con todo y pruebas, en poco menos de diez meses.
Si Bill Gates había advertido hace cinco años que el peligro para la humanidad era una epidemia, hoy dice cómo debe ser la preparación para combatir a la próxima que se presente. Es alistarse para una guerra que puede surgir en cualquier minuto. Respuesta inmediata tras el brote. Miles de millones de dólares en inversión para investigación y desarrollo en epidemiología, inteligencia artificial y un sistema internacional que pudiera lograr una detección inmediata. Como bomberos que en lugar de apagar fuegos, fulminen virus y bacterias.
Si en China, cuando surgió la primera infección se hubiera enviado un ejército de científicos para detener en seco la propagación del virus, no hubiéramos sufrido la tragedia del 2020-2021. Con preparación y ciencia, Estados Unidos, el más dañado, hubiera ahorrado millones de millones de dólares y medio millón de fallecidos. Tan solo México perdió 1.6 billones de pesos de producción en 2020, y si no nos va peor, 300 mil personas.
Si el virus acelera sus mutaciones, la humanidad tendrá cambios vertiginosos como nunca antes. Con el tiempo tal vez comprendamos más y mejor los mecanismos evolutivos de los virus y las bacterias o las enfermedades degenerativas como el Alzheimer o la inmensa variedad de cánceres. El COVID-19 rapa un poco la esperanza promedio de vida de la humanidad pero acelera la posibilidad de que pronto recuperemos el paso. Nuestros nietos lograrán el siglo de vida en promedio si la línea de crecimiento sigue, si no somos lo suficientemente tontos para reducirla destruyendo el mundo con guerras o el calentamiento global.
La humanidad no se acabará ahora y el mundo seguirá con su evolución de las especies, el conocimiento y el avance científico. Vale.
