1. Si 2020 fue el año del virus, 2021 es el de las vacunas: nuestro mayor anhelo, nuestra ilusión, el lugar donde depositamos todas nuestras esperanzas de volver a ser quienes éramos, por más que esto sea, ya, imposible.
2. En nuestra irremediable ceguera ante las desgracias de la pandemia, no calibramos que las vacunas todas las vacunas son los grandes prodigios de nuestra era de incertidumbre. Lo mejor de nosotros mismos está allí, en nuestra vertiginosa capacidad para atajar, en tiempo récord, al virus.
3. La rapidez es, paradójicamente, el principal argumento de los escépticos. Lo que habría que aplaudirse, se denuesta. Como si, entre todo lo que no funciona en el planeta, no debiéramos confiar, al menos, en los protocolos desarrollados a lo largo de décadas y décadas por nuestras comunidades científicas.
4. El mayor problema de las vacunas es que, hoy por hoy, son espectros: están y no están, las vemos y no las vemos, aparecen y desaparecen sin que entendamos por qué. En esta primera etapa, parecen señuelos. Y nada pone tan nerviosa a una fiera enjaulada nosotros que un señuelo.
5. Si se politizó el virus, no iba a ser menos con las vacunas. Primero ¿qué países las producen, quiénes las financian, cuál será el vértice geopolítico de cada una? Y, luego: ¿cómo inocularlas, en qué orden, quiénes primero y quiénes después y, sobre todo, quién lo decide?
6. ¿A quién sorprende que, hasta ahora, los productores de vacunas sean las mismas potencias de antes y ahora? Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, China, Rusia. Sus intereses están allí, por supuesto, en cada dosis.
7. Capitalismo puro. Frente a un recurso todavía muy limitado, ¿quién decide, y cómo, quien puede aprovecharlo? En casi todas partes, por desgracia, la respuesta ha sido política, en vez de dejar la decisión en manos científicas. Los planes de vacunación son, por doquier, esperanzas de los desgastados partidos en el gobierno por subir sus bonos.
8. Pensábamos que las vacunas estarían ya, aquí, en cuanto las pidiéramos. El desabasto repentino por ejemplo, de Pfizer o AstraZeneca contradice nuestra imagen del mundo como un gran supermercado.
9. En todas partes, ejemplos de los típicos vivales que intentan aprovecharse del momento: los que acaparan, los que se saltan la fila, los que sobornan o amenazan, los que se creen indispensables. Era inevitable: las vacunas también serán la medida de nuestra habitual miseria humana.
10. ¿Quiénes primero? ¿Los más débiles o los más expuestos? En la inmediatez del esfuerzo, la tensión entre unos y otros no acaba de resolverse y seguimos dando palos de ciego.
11. Vivimos en un mundo rabiosamente desigual: esa misma desigualdad se trasladará a las vacunaciones. Primero, los países más ricos. Luego, los de rango medio. Al final, todos los otros.
12. América Latina es la región más desigual del mundo: el estado actual de las campañas de vacunación en la región solo lo comprueba.
13. Lo que México hizo bien: apostar desde el año pasado, de manera privada o pública, por unas cuantas vacunas prometedoras: Pfizer y AstraZeneca. Se aseguraron dosis suficientes para empezar. Luego, vino la parálisis. Se buscaron otras: Sputnik V, CanSino. En espera de las autorizaciones de emergencia por lo pronto no hay otras, justo lo que había que hacer.
14. Lo que ha hecho muy mal: nuestro plan es que no tenemos plan. De haberlo reducido a la claridad máxima rangos de edad y punto, a no tener idea de cuándo, cómo, por qué. Sí, por desaforado que parezca, necesitamos un plan nacional de vacunación nítido y transparente. Y lo necesitamos ya.
15. En todo el mundo las vacunas solo tienen autorización de emergencia las que tienen. Ningún privado puede comprarlas. Y, para colmo, la lista de espera es larga. Autorizar que lo hagan es, parafraseando a Xavier Tello, autorizar la compra de una parcela lunar.
16. 2021 será pedregoso, arduo, desgastante. Si lo hacemos medianamente bien, acaso 2022 se parecerá más a 2019. Aunque lo más probable es que, incluso con las vacunas en marcha, ya nunca volveremos a ser los mismos.
@jvolpi
