Deseo poco y lo poco que deseo, lo deseo poco&”

Esta frase, centenaria, atribuida por algunos a San Francisco de Asís, a San Agustín o a San Ignacio (y no faltará que alguno ahora, es de San AMLO, nuestro Mesías), es una síntesis de lo que podría llamarse la fórmula de cómo ser felices, siendo libres. En estas épocas de pandemia y de cierre del fatal 2020, el que nunca desearemos recordar, tenemos el deber de invocar a la esperanza para recordar que la humanidad sobrevivirá y bien. 

Por eso, me sorprende que, desde inicios de la pandemia, los ricos huyeron a su encierro de privilegios evitando hasta el trato con la servidumbre; las clases medias buscaron acomodarse para mantener sus básicos y tuvieron que ingeniárselas para reducir el contagio y los siempre pobres, el 55% de los mexicanos, salieron a las calles irremediablemente para tener el sustento diario. El Covid desnudó nuestra naturaleza humana. Aquí vimos a quien es generoso y a quién es egoísta. Asomó el interés personal sobre la generosidad grupal. Los políticos mostraron su peor cara y hasta el presidente AMLO nos dijo que esta epidemia, la que mató ya a miles, “nos cayó como anillo al dedo”, para eternizar su desdén por el sufrimiento que paradójicamente-, atacaría más a los humildes.

Por eso, a estas alturas de la vida, donde apenas voy comprendiendo lo que ella contiene, aseguro categórico, que somos vulnerables y que nuestra fragilidad se debe traducir en una nueva manera de mirar la convivencia humana.  Les digo que casi nada de lo que creemos que es importante ya me lo parece; ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Rodeado de cantidad de gente que ha dado su vida por una causa justa, por salvar a un enfermo, por evitar la deserción de un alumno, por dolerle el robo cuando muchos sufren, es que veo que los más dignos son los más generosos, los que en estos meses se han desprendido de lo mucho o poco que tienen.

El cristianismo es un fundamento de ideas y de vida tan poderoso, que nos invita a nacer de nuevo y precisamente, entre los que menos tienen, entre los sufrientes del Covid. Por eso, requerimos la sana distancia del dinero y del poder. Por eso, afirma el cristianismo, que todo lo que “tenemos”, no tiene sentido, si no, “somos”. De allí que veamos la angustia actual de los más apegados al dinero, cuando nada de eso podrán llevarse de este canijo mundo, pues ni sus cuentas bancarias salvan del coronavirus. Lo que da la verdadera paz, la tranquilidad, es la conciencia serena por encontrar sentido a la vida siendo útiles en encuentro con los demás.

Siempre he visto que no basta regalar unos dulces o una piñata, ni calmar la conciencia con presentes en una esquina bajando el cristal del coche. Las mayorías requieren frente a la desgracia, la generosidad plena, reinventar el esquema de una sociedad volcada al consumo de lo superfluo en un capitalismo despiadado que acumula y que nos tranquiliza por pensar que no somos responsables, cuando en realidad nuestro egoísmo mantiene un sistema que le quita a los más para darle a los menos. Ese es el fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia, sí. Es el mensaje para voltear a ver al prójimo.

Por eso, a estas alturas de la vida, deseo poco. Es suficiente la charla con los jóvenes; la nota de una guitarra; el gusto de un proyecto en el barrio; la alegría de recuperar un ecosistema; el gozo profundo de servir a quien más sufre; el olor del café o la mirada de un pequeño que obsequia la sonrisa. Prefiero hoy el recuerdo de los que murieron cumpliendo con el deber y no encerrándose temiendo el contagio; la memoria de los que dejaron una huella y serán recordados por ser solidarios y generosos. Esos, son los inmortales: los que desearon, por ser libres, siempre poco. Y dentro de eso poco, fueron tan generosos, que se despojaron de sí mismos. Ese es el principio y fundamento del nacimiento cristiano.

* Consejero local del INE.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *