Para que exista una democracia debe haber ciudadanos demócratas. Una frase hecha tal vez, pero no por eso menos cierta. Tomemos el ejemplo de Guanajuato. No hay que ir más allá de nuestras fronteras. Durante cincuenta años vivimos el modelo populista autoritario del PRI, hasta que un buen día en 1988 los ciudadanos de León dijeron basta ya.
Llegaron los panistas con aspiraciones democráticas y echaron al PRI con el empuje de Vicente Fox, Carlos Medina y otros aguerridos blanquiazules. En 1995 el triunfo de Vicente consolidó el cambio. Dio paso a la gran hazaña del PAN en el 2000. En Guanajuato imaginamos que la democracia plena estaba a la vuelta de la esquina. Poco cambió.
Con los años el PAN se convirtió en el nuevo PRI de la entidad. Juan Carlos Romero Hicks, sin ser panista, obtuvo la candidatura con la ayuda truculenta de Juan Manuel Oliva, Gerardo Valdovinos y otros “operadores” en la elección interna. Sacaron a empujones a Eliseo Martínez.
Romero, de vocación universitaria, tuvo un sexenio gris pero honorable. Los vicios internos del partido permitieron que Oliva llegara al poder en lugar de Javier Usabiaga, quien hubiera sido el mejor gobernador en la historia del estado. Fue el arribo del Yunque, una secta extraída del más rancio conservadurismo local. El PAN tradicional era desplazado sin pudor alguno.
La corrupción llegó al más puro estilo priísta. Nadie dijo nada. Los funcionarios fueron testigos mudos, los panistas agacharon la cabeza y aceptaron una autocracia local hereditaria, como lo fue el PRI. El dedo del gobernador Oliva ungió a Miguel Márquez y el de Márquez puso a Diego Sinhue Rodríguez en el poder. Sí, hubo elecciones pero los dados siempre estuvieron cargados.
Al PAN se le olvidaron sus valores y los dos últimos gobernadores, Oliva y Márquez, no impidieron una marea de raterías de propios y extraños. La causa era que ellos también entraron al reparto de canonjías, contratos y negocios con compadres. Ante nuestros ojos pasó y pasa la corrupción y, lo más lamentable, la impunidad.
Ningún gobernador, alcalde o diputado de Acción Nacional tiene interés en descubrir lo que sucede en los adentros del Gobierno. Recuerdo que Luis Ernesto Ayala prefirió renunciar al cargo de la Contraloría cuando se enteró de la enorme corrupción de su jefe Oliva. Qué decir del Fiscal y su área “anticorrupción”, nos cuesta más el gasto de la Contraloría y la Auditoría del Congreso que el dinero recuperado. Parece broma.
Por eso Guanajuato debe despertar de nuevo. Risa y rabia da escuchar al líder estatal de Acción Nacional cuando dice que el problema de la seguridad pública no es local. Toca ya a los ciudadanos levantar la voz ante la degradación política y social que vivimos. Hay historias de verdadero terror, lesa humanidad y tragedia que no pueden seguir. Ayer en Celaya una niña de cinco años llamaba a su papá, “¡quiero a mi papá!”, decía hundida en el llanto. El padre había sido asesinado por dos sicarios. Tenía un modesto taller de reparación de aparatos musicales.
Las historias se repiten a diario: a veces 10 muertos, en ocasiones 15 y hasta 30 tragedias que dejan una ola de sufrimiento imposibles de narrar por tanto dolor. Sabemos que el gobernador Diego Sinhue tiene la mejor intención. No basta, con todo respeto, Guanajuato no puede vivir así. Los ciudadanos necesitamos hacer nuestra parte.
