Al ver lo que hace la administración de López Obrador no podemos descifrar qué espera. Las llamadas medidas de austeridad que toman son veneno puro para cualquier gobierno. En algunos casos son criminales como el recorte a la compra de medicinas.
El sindicato de la Secretaría de Economía se queja de que sólo tendrán una computadora por cada cuatro trabajadores. ¿Qué van a hacer 75 de cada 100 empleados sin la herramienta básica de cualquier oficina? ¿Se comunicarán con lápiz y papel o calcularán con ábaco sus proyectos?
La única respuesta coherente sería que esos colaboradores tengan cero productividad y sea más barato que dediquen el día a ver la televisión o a jugar con su celular. También les quitarán la telefonía fija. Harán señales de humo para comunicarse.
Cuando vimos al Presidente decir que el apoyo a la economía popular estaría en promover “trapiches y la producción de tlacoyos”, pensamos que era sólo un truco publicitario para llegar a los segmentos más atrasados. En ese mismo video, López Obrador arremete contra las empresas que hacen refrescos embotellados. Cientos de miles de mexicanos viven de esa industria, cuando los trapiches tal vez dan empleo a mil, si acaso.
Pero luego recordamos la destrucción de Texcoco y la cervecera en Mexicali. Pensamos que no podía ser, que estábamos soñando y no despertábamos aún de la pesadilla. Luego vinieron medidas de austeridad en plena pandemia, cuando la regla marca sacar dinero de dónde sea para evitar el colapso, la hambruna y el debilitamiento del Estado.
No sabemos por qué los funcionarios cercanos al Presidente no le dicen que su proyecto es suicida. Con cada aberración echan una palada de tierra a lo que será la tumba de Morena. Podría listar todas las decisiones que reducen la capacidad del Gobierno para atender salud, empleo y recuperación económica, pero se necesitan más de 500 o 600 palabras de esta columna.
De acuerdo, podemos sobrevivir o malvivir sin Texcoco, sin Constellation Brands, sin funcionarios bien pagados. Lo que no podremos sostener sin desastres será un gobierno con apenas el 25 por ciento de presupuesto para operación. Tampoco saldremos adelante sin medidas contracíclicas. El hambre y la desesperación de los desempleados harán imposible la gobernanza del país.
Dice López Obrador que “le podrán decir loco” pero no corrupto. Creemos al cien por ciento que no busca riqueza personal, que no llegó para robar. El problema es la disonancia cognitiva. El Presidente ve un mundo distinto al real; quiere llegar al norte pero se dirige al sur. Lo que dice y percibe cada día tiene menos que ver con los hechos. En pocas palabras, la 4T no tiene pies ni cabeza.
Tal vez por eso se refugie en decálogos morales, en referencias al bienestar del espíritu mientras el país se empobrece a pasos gigantes. Quizá por eso exista una gran paranoia en todos quienes lo rodean y en lo que él dice. Instruyó al Secretario de Hacienda, Arturo Herrera, a no dar avales a los gobiernos de los estados para que tomen deuda pública ante la crisis sanitaria y económica más grande de nuestra historia. Todo porque imagina trampas en la elección que viene.
Los estados tienen que recurrir al crédito para salvar a la población. No les queda de otra porque no cuentan con más recursos federales. Cuando se le dice a los estados: ni te doy, ni te permito que pidas prestado, incita a la división y al rompimiento de la armonía federal. Es un tema profundo.
