El presidente AMLO es en mi opinión, sin dudas, el mandatario en nuestra historia moderna, que después de Lázaro Cárdenas, más se ha enfocado en atender las demandas de las mayorías pobres de nuestro País.

En las encuestas de aceptación de AMLO, sus programas sociales, son el factor que más valora la sociedad (aun entre quienes no simpatizan con él). El canalizar tantos recursos a programas sociales, como “Sembrando vida”, “Jóvenes construyendo el futuro”, “Las becas Juárez” y los apoyos a la tercera edad (iniciados desde que era Jefe de Gobierno en la Ciudad de México), le han dado apoyos, simpatías (y sin duda, votos). 

Uno de los problemas en mi opinión (pensando mal), es la estrategia del “censo del bienestar” al constituir un padrón de beneficiarios que puede convertirse en medio de control para votos. Pero pensando bien, es un medio para geo localizar los espacios donde más se concentra la población vulnerable. Pues bien, por cuestiones de la vida, tengo acceso a los informes periódicos y finales del programa “Sembrando vida” con el que el presidente AMLO pretende recuperar tierras dañadas, recomponer el tejido social en el campo y reducir la mala nutrición infantil. 

La idea en su origen fue fenomenal. El proyecto, arrancó el año pasado con un presupuesto inicial de 15 mil millones de pesos (duplicado este año para beneficiar a 400,000 campesinos), y que fue emprendido por la Secretaría del Bienestar (antes de Desarrollo Social, Sedesol), a través de los cuales entrega diversas becas y apoyos a población vulnerable de este maltrecho País.

La idea de sembrar árboles en las zonas más pobres es noble: dar empleo temporal (no se deben contabilizar como empleos creados) y capturar carbono; es rehabilitar terrenos deforestados o dañados por procesos agrícolas, sembrando alimentos en una primera etapa y árboles maderables después. Para incentivar a los productores del campo a recuperar sus tierras y no abandonarlas, la Secretaría del Bienestar les entrega un pago de cinco mil pesos mensuales, por trabajar en su propio ejido de lunes a sábado como estímulo para sostener la actividad.

La vida y la vinculación junto a grupos en el sur del País, de donde soy yo (nacido en Puebla y mi infancia en Oaxaca) y años de vivir en comunidades, me ayudó a sumergirme en este proceso y resultados de este hermoso programa, pues México es el quinto con mayor biodiversidad en el mundo, pero con la presión de sobrevivencia en el campo, se ha talado inmoderadamente. Me dice un altísimo mando del programa, que se quiere hacer una reforestación diferente, una restauración productiva para que la gente pueda vivir realmente del campo y con el tiempo construir algo productivo, con ingresos para la familia y no emigrar, arraigándose en su ejido, en su comunidad. Esto fue lo que por años trabajé en San Pedro Muñoztla, Tlaxcala, donde la erosión por la tala en la zona de la Malinche era despiadada ya para cocción de alimentos, ya para construcción, ya para calefacción, pero requiere de un plan de vida junto a la gente.

Lamentablemente, para hacer realidad la idea, se requiere trabajo por años en las comunidades, formar redes de promotores y hacer tejidos comunitarios que aterricen el proyecto, y en su primer año de operación, el programa Sembrando Vida entregó apenas el 13.9 % de los insumos previstos a los participantes del mismo. ¿Las razones? Oficialmente, que la Secretaría de Bienestar sólo pudo conseguir en viveros de distintos proveedores 80 millones de plantas de los 575 millones que tenía planeado (entre ellos los viveros de la Secretaría de la Defensa Nacional, Sedena); que tampoco se logró tener plantas suficientes en los viveros comunitarios planeados dentro del programa (que solo se logró producir 43 millones de plantas de los 286 millones que se habían planeado), en tanto que a través de viveros comerciales y convenios con estados e instituciones, sólo se logró tener 15.4 millones de plantas, de los 38 millones que se tenían considerados.

También dijeron que se debió a que tuvimos una prolongada seca y estiaje y quizá le agreguen el Covid-19, la recesión, el cambio climático, etc. Pese a no haber podido cumplir la meta de plantas en el 2019, el plan para este año fue todavía más ambicioso: el objetivo es contar con mil 100 millones de plantas, pero con seguridad de datos que he obtenido, lamentablemente no será así. Las metas suben, pero la realidad se impone.

La primera etapa del programa se desarrolló empezando con estados del sur: Chiapas, Veracruz, Tabasco, Yucatán, Campeche y Quintana Roo, pero donde está ausente (quizá por razones políticas) es en la zona de mayor erosión del País, el Bajío, el futuro desierto, donde la precipitación es 10 veces menor que en el sur. Veo “en chino” que se concrete el programa “sembrando vida” en los términos programados, a pesar de su pertinencia y de los recursos invertidos; el costo unitario de sembrado efectivo con los malos resultados lo hace enormemente caso y poco viable en tanto la curva de aprendizaje permita que haya mayor efectividad. Por haber dedicado muchos años en Sierra de Lobos a la reforestación, me encantaría que trajeran al Bajío este programa y que se trabajara más el acompañamiento con las comunidades. Pero más “en chino” veo que se traiga en tanto sigan las disputas y diferencias entre un Gobierno federal de Morena y uno local del PAN, para sembrar aquí, vida.

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