En la comunidad científica hay mucho interés e inquietud por los cambios que nuestro gobierno está realizando y el impacto que estos pueden tener en la actividad de esta comunidad. Las discusiones son acaloradas pues con frecuencia se sostienen puntos de vista diametralmente opuestos.

Afortunadamente la civilidad reina en todos los intercambios que he presenciado, ninguno de los cuales se asemeja a esa famosa anécdota de Borges en donde dos personas discuten acaloradamente y una de estas, exasperada, le arroja a su interlocutor una copa de vino, éste sin inmutarse y manteniendo la típica flema británica le responde, “caballero, esto es un exabrupto, estoy esperando su argumento”. El propósito de estas reflexiones no es abogar por una, otra o ninguna postura, sino simplemente exponer algunos de los argumentos.

Con doble amargura algunos se quejan al afirmar que los presupuestos para ciencia están disminuyendo, que los fideicomisos para el apoyo de la actividad científica están en riesgo de desaparecer, que ellos no están siendo valorados, entre muchos otros agravios reales o imaginarios.

Digo que la amargura de estos es doble pues muchos de ellos optimistamente esperaban con el nuevo gobierno un cambio de políticas total y como consecuencia un incremento a todos los presupuestos para ciencia y educación lo cual, afirman, no ha ocurrido.  Su amargura y frustración es doble, pues se sienten timados y engañados, señalan que solo fueron manejados para entregar su voto.

Por otra parte, están los que afirman que la comunidad científica merece lo que le está ocurriendo pues de hecho esta comunidad no le ha entregado al país lo que la sociedad espera de ella.

Esta última reflexión lleva un hilo argumentativo semejante a la del cancelado aeropuerto de Texcoco o el asunto de las Guarderías cerradas; i.e. se argumenta en este último caso que si había guarderías que no operaban debidamente éstas pudieron haberse cerrado, pero no suprimir un programa nacional de atención a los niños.

De modo similar; si hay quejas sobre los resultados de algunas instituciones científicas pudieron haberse revisado caso por caso, pero no golpear a la totalidad de la comunidad.

En general se concede que la comunidad científica nacional es productiva visto esto desde los estándares internacionales más rigurosos, analizando el número de publicaciones en revistas especializadas del más alto nivel.

Sin embargo, pareciera que esto es precisamente el punto con el que muchos críticos no están de acuerdo, es decir: con el hecho de que los resultados de la comunidad científica nacional no se han visto reflejados, de modo que ellos desearían, en el bienestar de la sociedad, y entonces preguntan:

¿Cuántas empresas han sido creadas como resultado de la actividad científica nacional? ¿Cuántos empleos se han generado? ¿Cuántas patentes se han producido y están siendo explotadas?  Es honesto aceptar que las respuestas a estas últimas preguntas no son las que desearíamos ni menos aún son comparables a los datos que se encuentran en otros países.

Por otra parte, en relación a lo que es la realidad social y económica nacional, estos críticos afirman, los científicos mexicanos reciben buenos ingresos, aunque en la práctica esto sea el resultado de sumar el sueldo, los incentivos institucionales y el estímulo del Sistema Nacional de Investigadores. Sea como sea, afirman, son buenos ingresos.  Sin embargo, preguntan:

¿Cuál ha sido el resultado de esto? ¿Con esos ingresos y sus conocimientos los científicos han creado empresas? ¿Han generado empleos? Hasta donde sabemos, pues no existen datos estadísticos sobre esto último, pero a partir de conversaciones informales pareciera que muchos científicos (posiblemente la gran mayoría) prefieren invertir sus ahorros en bienes que generan rentas con el mínimo riesgo.

Ellos, que son el ejemplo intelectual y la élite más educada de nuestro país, no han mostrado tener un espíritu audaz y emprendedor, creando empresas y generando empleos que ayuden a brindar oportunidades de desarrollo para sus compatriotas y sus familias, sino más bien un espíritu egoísta y pusilánime. A esta última crítica algunos responden que afortunadamente no lo han hecho pues el gobierno no se ve muy dispuesto a apoyar a los pequeños empresarios.

Otro punto mencionado en muchas conversaciones es la dificultad de realizar la actividad científica no solo debido a los menores presupuestos para los laboratorios institucionales sino también por la falta de apoyo para cubrir el costo de las publicaciones científicas el cual se ha incrementado más allá de toda racionalidad. Lo más grave es que la reducción de los presupuestos institucionales amenaza con dejar a los centros de investigación solamente con lo suficiente para el gasto corriente y nada más.

Por tanto, el pago del costo de publicación de un artículo científico, que fácilmente alcanza o rebasa los cincuenta mil pesos, deberá de ser pagado con el presupuesto de los mismos investigadores si tienen proyectos externos para ello, o si no de su bolsillo.

Si anteriormente el publicar en grupo era criticado ahora es una necesidad ineludible. Por ejemplo, la publicación de un artículo del costo mencionado requerirá la participación de cinco investigadores contribuyendo cada uno con una aportación de diez mil pesos.

Aparentemente, para mantener su ritmo de publicación los investigadores deberán hacer tandas con una parte de sus incentivos y estímulos.

Por otra parte, algunos consideran que las angustias de los investigadores son ínfimas comparadas con las que enfrentan muchas pequeñas y medianas empresas que luchan cotidianamente por la supervivencia y que dan trabajo y bienestar a miles de familias mexicanas.

Para algunos, las conversaciones sobre investigadores indignados por que no tienen dinero para publicar artículos o para viajes y congresos internacionales parecieran bromas siniestras hechas por extraterrestres.

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