Desde marzo pasado, el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán” quedó convertido en centro para pacientes de Covid-19. Quienes atendían sus enfermedades en esta institución líder de la medicina mexicana fueron obligados a reprogramarlas.
Simultáneamente, comenzaron a llegar oleadas de pacientes que habían contraído Covid-19. Las camas de terapia intensiva quedaron totalmente ocupadas. Pacientes internados en piso en estado semicrítico comenzaron a morir mientras esperaban un ventilador.
Residentes y enfermeras iniciaron la guerra contra la enfermedad. Algunos han llegado a atender 46 pacientes por turno. Lo hicieron con equipos médicos precarios y una escasez de medicamentos e instrumentos que no se había visto en décadas. “El servicio ya estaba al borde del colapso, y luego vino esto, que solo puede describirse como dantesco”, explica uno de los médicos.
Tres meses más tarde, el impacto sicológico y las crisis personales comienzan a hacer mella entre quienes enfrentan cada día el infierno. Personal de Nutrición me compartió el testimonio desgarrador de uno de los médicos, a condición de que su identidad quedara reservada. Relata el caso de una paciente que fue internada con insuficiencia respiratoria y diversos marcadores de gravedad. “El oxímetro de pulso marcaba 45% de saturación, se había quitado la máscara para poder comer, pero ese solo acto la estaba asfixiando”.
Al día siguiente el médico fue informado que la mujer había empeorado, que respiraba 50 veces por minuto. La paciente pasó tres días en espera para ingresar a terapia intensiva. Pero no hubo lugar. La realidad era brutal: había en terapia intensiva dos pacientes muy graves. Uno de ellos tendría que morir para que hubiera una cama. Fue necesario hablar con los familiares de la mujer para informarles que el panorama era sombrío.
La mujer fue acostada bocabajo para que pudiera oxigenarse mejor, y entre otros medicamentos (anticoagulantes, desinflamatorios) le aplicaron morfina en infusión para disminuir la sensación de ahogo. “Solo ayuda para dar tiempo a que mejore”, escribió el médico.
A las 3 de la mañana la mujer comenzó a respirar muy rápido y de manera superficial. De nuevo intentaron bajarla a terapia intensiva, pero no hubo manera. Supieron que sin ventilación mecánica iban a perderla, y se lo informaron a su hija. Ella solo respondió: “Sí, doctor, entiendo”. Confusa y desorientada, la paciente comenzó a respirar a un ritmo muy bajo, “su abdomen se mueve agotado, tratando de obtener los últimos sorbos de aire”, escribió el doctor. Entonces el pulso dejó de ser palpable. Un médico residente corrió a buscar un electrocardiógrafo. Cuando volvió, la mujer se había ido, “frente a nosotros se había ido”.
Los médicos de Nutrición, con muchas cosas en contra, han logrado sacar con vida a poco más del 50% de los pacientes que ingresan en terapia intensiva.
Mientras escribía estas líneas, se reportaron 4,599 nuevos contagios y 730 defunciones más que el día anterior.
El camino será largo. El dolor que nos espera, también.
