El fin de semana se reunieron en Guanajuato siete gobernadores para plantear el modelo de un nuevo México. Frente al embate de la Federación de controlarlo todo y de someter al país y a los estados a una política de austeridad suicida, los mandatarios panistas mueven sus fichas e intentan evitar la “ruina del país”. 

Para hacer uso eficiente de su tiempo, seis de ellos llegaron en avión privado. Desde Yucatán, Quintana Roo, Chihuahua, Tamaulipas, Durango y Baja California Sur. A contrapelo de lo que recita López Obrador, los panistas comprenden el valor del tiempo. Si el encuentro tuvo éxito y llegaron a conclusiones sabias para sus estados y gobernados, el gasto de usar un avión privado se justifica con creces. También cuenta la seguridad de no contraer la epidemia en vuelos comerciales y en aeropuertos. 

Como todas las herramientas, los aviones privados vienen de todos tamaños y precios; sirven para diferentes misiones. Para muchos gobernadores del pasado fue un accesorio de lujo comprar uno. Lo usaban en asuntos personales como ir de vacaciones, mandar a la familia de compras al extranjero o hacer campaña política para llegar a la Presidencia de la República. Podríamos escribir novelas completas tan sólo con echar un vistazo a los destinos y pasajeros. 

Pero también se usan para hacer más fluido y eficaz el mandato de gobernar. En los estados de grandes dimensiones como Chihuahua y Sonora, es indispensable utilizar aviones y helicópteros. En Guanajuato, por ejemplo, un buen helicóptero acorta las distancias para el gobernador. El antiguo avión Citation 501 XC GTO terminó en una escuela del Politécnico después de 35 años de uso. Contar la historia de sus bitácoras y ocupantes nos llevaría a la narración del tamaño de una novela. 

La obsesión del presidente López Obrador por desechar el Boeing 787 y mostrarlo como ejemplo de corrupción, dispendio y vanidad, palidece en números si consideramos que ahora tiene el peor uso de cualquier herramienta: estar arrumbado, deteriorándose, en un hangar de California. Pagaremos con rifa o sin ella el alto costo de la inutilidad. 

Equivale a cacahuates si se compara con el precio de destruir el aeropuerto de Texcoco, la obra pública más grande de Latinoamérica. Tan sólo ver cómo convierten en chatarra los fósiles (columnas) que tanto costaron diseñar y construir, temblamos de rabia. Qué decir de la cervecera de Mexicali o el tiradero en Dos Bocas y el Tren Maya. Pero todo estalla cuando se invertirán varios cientos de miles de millones de pesos en una empresa como Pemex. El precio que pagaremos será mayor a lo que hubiese costado rescatar a 30 millones de mexicanos durante la epidemia. 

La memoria se empolva. Somos tan mal administrados que todavía se destinan 50 millones de pesos para “proyectos” de un tren interurbano para Guanajuato. Algo que no será realidad durante nuestras vidas. Un proyecto en el que tiraron más de 100 millones de dólares los gobiernos panistas de Guanajuato. Qué decir de la Expo Bicentenario con 200 millones de dólares, igual cantidad fue derrochada en Pastas Finas, el engaño de Juan Manuel Oliva para supuestamente poner una refinería nueva en Salamanca.

Lo cierto es que somos un país mal administrado. Lo decía Jesús Murillo Karam, poco antes de llegar a la Procuraduría General de la República y encargar un avión de más de 20 millones de dólares. Podríamos hacer una enciclopedia.

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