Cuba pudo crear un producto de exportación además del ron y sus habanos. La medicina de la isla acreditó un nivel de seguridad social que pocos países latinoamericanos lograron. Con sólo 84 fallecimientos por la pandemia del Covid-19 demuestra un buen control sanitario. Por eso encontraron un mercado fácil en Latinoamérica y en particular en gobiernos afines a la dictadura castrista.

Cuba tiene casi el doble de habitantes que Guanajuato pero apenas una fracción de las infecciones y una tercera parte de las víctimas. Ayuda que sea una isla con control dictatorial de la población y poco contacto aéreo con el mundo exterior. La miseria y la pobreza en que vive, el atraso productivo y tecnológico puede verse en la Habana, ciudad en ruinas.

Exportó asistentes médicos a los gobiernos “socialistas” de Venezuela, Brasil y Bolivia. Cuba cobra los sueldos y sus llamados doctores reciben una fracción. Brasil regresó a todos los doctores cubanos porque parecían tener una doble tarea: asistir a la población y espiar.

Jair Bolsonaro, el actual presidente, lo sospechó desde el principio y terminó su encomienda. Para pagar las entregas de petróleo venezolano, Cuba aportó cientos de médicos a cambio. Con el bloqueo norteamericano las cosas ya no funcionan como antes. La paradoja es que en Cuba y en Venezuela ahora escasea el combustible y sus economías se colapsan por la falta de ingresos.

El turismo mundial ya no llega a Cuba como antes y el precio del petróleo tiene en jaque a Venezuela. La administración de López Obrador tuvo la idea de contratar con Cuba a 585 “doctores” para asistir en la pandemia en hospitales de la CDMX. Su presencia no pudo ocultarse.

Llegan a hospitales en autobuses de lujo y no parecen tener idea clara de cómo funciona la atención en el país. Varias asociaciones de médicos reclaman su presencia en el país como un acto de discriminación a los especialistas mexicanos.

La protesta es que sin tener suficientes conocimientos, les pagan más que a nuestros doctores capacitados para atender a los enfermos. Debajo de su contratación se esconde servidumbre humana y política. Quien cobra a México no son los hermanos caribeños sino su gobierno. Una explotación y un abuso patrocinados por quien regatea presupuesto a cientos de doctores nacionales.

El monto del pago puede no ser relevante para el presupuesto de la Secretaría de Salud (unos 6 millones de dólares, según las asociaciones mexicanas), pero tiene un enorme simbolismo. La administración de López Obrador desafía, en muchos frentes, la capacidad de análisis de sus gobernados (por no decir que nos cree estúpidos).

Los médicos mexicanos, pronto se dieron cuenta que sus colegas cubanos que arribaron aquí, no tienen ni la capacidad ni los conocimientos necesarios para enfrentar la complejidad de una sala de cuidados intensivos. Ayudan en tareas menores que enfermeras y enfermeros locales pueden atender, con una cuarta parte del dinero pagado a Cuba. Por camaradería y humanidad los aceptan. También por disciplina.

Sin embargo México no es un país al que fácilmente se le pueda someter. Lo vemos en las manifestaciones quincenales y en la rebelión silenciosa de millones que se niegan a ser sometidos por un gobierno autocrático. Su presencia es una señal de insensatez gubernamental: ser afines a una dictadura que no respeta los derechos humanos.

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