Pocas imágenes o afiches tienen presencia mundial como la de Ernesto “Che” Guevara; pocos discursos fueron tan convincentes en el pasado latinoamericano como los del doctor Salvador Allende en Chile.

Las paradojas abundan cuando los populistas quieren torcer la realidad a su antojo sin reparar en las consecuencias: el doctor Ernesto Guevara, quien luchó en contra del imperialismo, el capitalismo y el neoliberalismo en Cuba, El Congo y Bolivia, terminó en un buen negocio para los fabricantes de camisetas.

Millones de jóvenes adoran la mirada del Che dirigida a lo alto en el horizonte y se identifican con su bien parecido rostro revolucionario sombreado por una boina con una estrella. Los cabellos negros, un poco quebrados, alaban la rebeldía y reconocen la estética inconfundible de una instantánea que perdurará, tal vez por siempre.

Allende convenció en 1970 a poco más de un tercio de los chilenos que el camino era el socialismo. Su palabra clamaba justicia a través de la acción del Estado, promovía el reparto agrario y planteaba llevar bienestar a los desposeídos de la nación.

Cumplió su promesa durante un año mientras dilapidaba los ahorros de un país estable. Los salarios subieron un 20%; había euforia por la transformación. Luego el reparto se acabó. Las tierras afectadas dejaron de producir, los empresarios sacaron sus capitales y la inflación derrumbó hasta un 70% real el ingreso de la población. En sólo tres años había escasez de todo: las amas de casa hacían fila para comprar el pan racionado, las penurias avanzaban y la Unidad Popular que quiso cambiar de modelo, dentro de la democracia, sucumbió ante el golpismo del ejército encabezado por Augusto Pinochet.

Allende se suicidó y el golpe costó más de 22 mil vidas. Bajo la mano implacable de Pinochet, el país vivió años de dictadura pero se recuperó. Pinochet al final se fue, pero esa es otra historia. En su presentación matinal, López Obrador medio pidió disculpas a los médicos mexicanos del pasado “neoliberal” a quienes había insultado el viernes, pero luego exaltó a Guevara y Allende como ejemplos de la profesión.

¿Qué, qué? Le salió del subconsciente o fue una nueva provocación. En México hay doctores con historial de logros que ninguna otra nación hispanoamericana tiene. Médicos del presente y del pasado, apóstoles verdaderos. Sin ir tan lejos, hoy tenemos a miles de ellos que entregan su vida por sus compatriotas. Ellos son y serán siempre nuestros héroes. Los dos doctores que hoy alaba el Presidente de México como ejemplo de su profesión, murieron en forma trágica.

El Che fracasó en su guerra de guerrillas en Bolivia y Salvador Allende destrozó la economía de su país, pretexto que le cayó como anillo al dedo a Pinochet y a sus generales. Ni la imagen de Guevara o la retórica de Allende justifican que uno matara a soldados humildes en Bolivia, ni que el chileno echara por la borda la democracia por su ineptitud para gobernar.

El ideal comunista en Cuba, la “gran conquista revolucionaria” de Fidel Castro y el Che resultó un desastre. Incluso Vietnam, que defendió con todo la intervención norteamericana en la misma época, hoy crece y prospera con el liberalismo económico, con la vieja receta de elevar la productividad nacional para disminuir la pobreza.

Bastaba que el Presidente mencionara a dos doctores mexicanos de excepción. Ejemplo de distintas generaciones, como Salvador Zubirán Anchondo y su Instituto de Nutrición o su colaborador Juan Ramón de la Fuente, ambos rectores de la UNAM. Tenía docenas de héroes nacionales de la medicina y salió con dos extranjeros, discípulos del dogma marxista ya fracasado.

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