El Banco de México despertó después de una larga siesta y tomó dos medidas fuera de calendario: bajó las tasas de interés en 50 puntos base y prometió inyectar a la banca y a las instituciones de crédito 750 mil millones de pesos.
El tamaño del cañonazo nos indica la urgente necesidad de dinero que tienen los bancos para seguir prestando y evitar que el crédito se congele y reviente la ya de por sí maltrecha economía nacional.
La medida -tomada del librito de economía 101 y aprendida en la Gran Depresión- aliviará la presión de olla express que experimentan los mercados de dinero. Sin ese lubricante, la maquinaria productiva del país tendría dificultades añadidas por el encierro y el desplome en la demanda. La gente no compra, no consume, los negocios no tienen ingresos pero siguen con costos fijos y nóminas; necesitan dinero.
Empresas que valen miles de millones de pesos pueden entrar en bancarrota si no cuentan con acceso al crédito bancario. Para el Banco de México, el banco de bancos, era ya indispensable actuar.
No tenemos claro el día a día de los saldos del dinero en circulación y menos de la velocidad a la que se mueve. Lo cierto es que debieron notar una cañada muy profunda para usar el 3.3% del PIB para apalancar el crédito interno.
Alejandro Díaz de León, gobernador del Banco de México, habló con números. Como es autónomo no tuvo que pedir permiso al Presidente para apoyar a los bancos y estos a su vez, respalden a las empresas preocupadas por mantener el empleo. Una responsabilidad fundamental.
Si no lo hubiera hecho, en el futuro estaríamos mucho peor, con miles de fábricas grandes y chicas tronadas y muchos cientos de miles más de desempleados. Incluso algunos bancos tendrían problemas serios para seguir operando.
La deflación, que es peor a la inflación, asomaría su chato rostro con el remate de activos a la mitad de precio. Y si bien es cierto que el principal deber del Banco de México es mantener el valor de la moneda y contener la inflación, también lo es evitar una deflación y que las cosas valgan menos cada día que pasa. Un peligro latente después de la pandemia.
Uno de los problemas graves de la Gran Depresión de los años 30 fue la insolvencia de los bancos. La gente sacaba sus dólares porque no tenía confianza y eso aceleraba más la caída financiera, hasta que Franklin D.
Roosevelt y la Reserva Federal norteamericana garantizaron los depósitos. Lo mismito que hizo el gran presidente Ernesto Zedillo cuando respaldo a través del Fobaproa los ahorros de personas y empresas.
La medida de inyectar 750 mil millones de pesos al sistema bancario podría calificarse de “neoliberal”, porque todo apoyo a la banca y a las empresas la califica el Presidente con ese término. La verdad es que es “racional”. Algo que ha faltado a la actual administración desde que destruyó el NAIM en Texcoco.
Gerardo Esquivel, el subgobernador, había escrito una propuesta: “Pandemia, confinamiento y crisis: ¿Qué hacer para reducir los costos económicos y sociales?”. Un intento para apoyar a los trabajadores desempleados y los informales, para aliviar las cargas fiscales de MiPyMEs y tomar responsabilidad gubernamental sobre el destino de millones. Algo que debe estar en el escritorio del Secretario de Hacienda quemándole ya las manos. Pero ese ensayo merece analizarse con otra perspectiva. (Continuará)
