Los comerciantes de Tamaulipas hablan de suspender el pago de impuestos porque no tienen dinero con qué hacerlo. Las empresas de servicios, que son la mitad del estado, se quedaron sin dinero. No tienen siquiera para cubrir la nómina.
En otros lugares como Acapulco repiten la misma historia. La falta de turistas y los hoteles vacíos dejaron sin dinero a las empresas. San Miguel de Allende parece un ensayo para una película de terror y todo el Caribe vive la peor contracción de su historia. Ni los huracanes o las tormentas han devastado tanto a la industria turística como la pandemia.
Así que pedirle a hoteles, restaurantes y todos los servicios turísticos anexos que paguen impuestos y no despidan a sus empleados suena a chiste de muy mal gusto. Por eso los tamaulipecos no se quedan callados.
Supongamos que incumplen con sus declaraciones y pagos. ¿Qué puede hacer el Gobierno? El SAT podría quitarle los sellos fiscales y parar sus ventas, pero a ellos tal vez no les importe porque no están facturando o podrían recurrir a la emisión de recibos no fiscales, al trueque o al cobro en efectivo.
El costo de enfrentar un largo litigio con el SAT podría llevar al Gobierno a clausurar las operaciones de los rebeldes. Sería un conflicto insostenible. El mayor porcentaje de ingresos del SAT provienen de las empresas grandes, sobre todo del IVA y el ISR.
El problema es que las grandes industrias están paradas, desde la venta de autos, hasta la fabricación de cemento y acero. Eso limitará aún más los ingresos del Gobierno.
La solución, como en toda recesión (que quiere parecerse a una depresión), es recurrir al crédito. Por algún dogma incomprensible, el Presidente reduce el gasto de algunas secretarías y promete no endeudarse. También niega cualquier tipo de apoyo a pequeñas, medianas y grandes empresas.
Salvo algún crédito minúsculo de 25 mil pesos a un millón de microempresas, no hay en el horizonte la voluntad de un gran pero gran estímulo económico indispensable que alivie los estragos del encierro.
Podríamos repetirlo hasta el cansancio y gritarlo a los cielos: sin un crédito masivo e inmediato, el país detendrá su marcha como un tren que pierde la tracción de sus locomotoras.
Sabemos que algunos cercanos al presidente López Obrador lo comprenden porque tienen preparación económica y, además, lo están viendo como película en cámara lenta.
Los engranes de la economía pasan por los consumidores, la inversión privada, el ahorro, la recaudación y el gasto público.
El engrane de la inversión se atrofió desde que destruyeron sin razón el aeropuerto en Texcoco, el consumo mantuvo ritmo en 2019 gracias al aumento en los salarios reales.
El gasto del Gobierno se dedicó a programas asistenciales y a proyectos de bajo impacto como los tres tristes tigres: Santa Lucía, Dos Bocas y el Tren Maya.
Con una administración desorientada y un país sin crecimiento, llega el Coronavirus. Una pandemia para la que nadie está preparado. Pronto tendremos un desenlace en el conflicto entre los empresarios que no pueden ni quieren pagar impuestos para salvar sus empresas y un Gobierno que no escucha e insiste en sacar sangre a un moribundo.
La razón nos dice que el Gobierno debe de proponer un salvamento grande que vaya más allá de alargar plazos en pago de impuestos, que dé avales y créditos directos a las PYMES y, como meta primordial, respalde el pago de salarios a millones de mexicanos que de otra forma caerán en la indigencia. El problema con la nueva Administración es que nunca actúa con racionalidad. Ya veremos.
