Francis Fukuyama, un conocido teórico defensor del capitalismo, escribió en 1992, el libro “El fin de la Historia y el último hombre” donde expone una polémica tesis: la historia, como lucha de ideologías, ha terminado, con un mundo final (feliz) basado en una democracia liberal que se ha impuesto tras el fin de la Guerra Fría. Cuando lo leí y utilizaba en mis cursos de posgrado en la materia de economía, me resistía en los debates con jóvenes, a aceptar la hipótesis, pues siempre he creído, como lo afirma la Doctrina Social de la Iglesia, que, el capitalismo, al basarse en la competencia, no asegura la igualdad entre los seres humanos, es decir, no está diseñado para crear solidaridad entre ellos. Creo todavía que “otro mundo es posible”, como lo afirman los “altermundistas”.
Frente a la gran recesión del 2020, la del coronavirus, -la mayor después de 1929-, veo dos posturas en México: la de quienes defendiendo el capitalismo consideran como el Foro Económico Mundial, que éstas son crisis necesarias de reacomodo y no el anuncio del fin de un sistema que muestra sus fragilidades por estar sustentado en la supremacía de los poderosos frente a los débiles. La segunda postura plantea que, en realidad, la humanidad ha encontrado en esta crisis, el fin de la historia del capitalismo, y que se abren posibilidades reales de replantearlo. Es lo que plantea el Foro de San Paulo. colectivo de partidos y grupos de izquierda latinoamericanos, desde reformistas hasta colectividades políticas de izquierda revolucionaria.
Estas dos posturas son las que en mi opinión están en disputa ideológica en estos meses. Ya Rolando Cordera y Carlos Tello, en su libro “México: la disputa por la nación”, planteaban en los años noventa, el dilema de abrirnos o no a la economía global, pues la nación mexicana, se plantaba frente a dos grandes proyectos: uno, la integración con la sociedad norteamericana y el libre juego de las fuerzas del mercado contenidas en el proyecto neoliberal y el segundo, el nacionalista que destacaba la necesidad de un programa de reformas económicas y sociales para lograr la integración nacional, la reducción de la desigualdad y de la marginación, así como espacios más amplios para la democracia, la justicia y la libertad.
Es cierto que los mexicanos, -después del gran fraude de 1988 que evitó que la izquierda, con Cuauhtémoc Cárdenas implantara la segunda opción, es decir, un proyecto nacionalista-, tuvieron en las elecciones subsecuentes, elecciones ganadas por la dupla del PRI y del AN, que en la práctica defendían la primera opción, la economía abierta a la globalización. Pues bien, los indicadores macroeconómicos en México demostraron durante el periodo neo liberal, de 1988 al 2018, que la economía nacional, al estar integrada al mercado global, podía crecer moderadamente, conteniendo la inflación, pero a costa de concentrar la riqueza en pocas manos, pues en lo microeconómico, no pudimos lograr la repartición del valor creado, dejando de lado la rectoría del Estado para que el juego estuviera en manos del mercado.
Pero los electores después de 30 años de neoliberalismo consideraron que era necesario replantear el sistema capitalista en México. Y creo que este tsunami no ha hecho reaccionar todavía a los grandes capitalistas del País ni a las clases altas. Era una señal de que las mayorías, el 55% que vive en pobreza, había dado una oportunidad a AMLO para que se planteara otra manera de ver a la sociedad y a la economía. El voltear hacia los pobres era necesario y hoy el Presidente AMLO lo hace a todas horas, solo que la economía se trabó con cantidad de medidas erróneas que tomó y por su discurso de agresión, culpas y división. Pero el enfoque social no lo quieren reconocer los “conservadores”, es cierto. Por el bien de todos, deben estar primero los pobres, antes de que esto estalle.
Esta diferencia entre la realidad que ve AMLO, la de las mayorías, parece irreconciliable con la realidad que ven las minorías en algo tan clave: la acción gubernamental en la emergencia sanitaria; ayudo a las empresas o ayudo a los más pobres. En un planteamiento pragmático, el de las clases altas, la respuesta es clara: a las empresas que generan empleo. Pero cuando se conoce y se trata a las mayorías que con o sin coronavirus no tienen más que su pobreza, la respuesta debe ser sin duda, dárselo a las mayorías aún a costa de las utilidades de las empresas.
El presidente AMLO, con todas sus muchas limitaciones de habla, pleito y sus malas decisiones económicas, ha expresado algo que desde Lázaro Cárdenas no veíamos: un permanente recordatorio de las mayorías pobres que nos negábamos a ver y a ayudar. Cosas de la vida, nos llega, además, la pandemia en su “pico” precisamente en la Semana Santa, en recordar cómo Jesús de Nazareth se hace histórico como líder social al hacer vida precisamente lo segundo: primero está el prójimo, después, todo lo demás. Por eso, el Evangelio es tan radical y molesto, pues nos obliga a ver siempre al pobre, al que más sufre hoy, al que no está confinado sino que sigue laborando, para quien tiene fin la historia.
*Consejero local del INE.
