El llamado informe del presidente Andrés Manuel López Obrador decepcionó a quienes teníamos la ilusión de que sacara la chequera grande de la Federación para aliviar al enfermo.
En su mente tiene la idea de cortar gastos y más gastos ante una recesión como receta para mejorar. Eso me recuerda las prácticas de hace algunos siglos en que los doctores recetaban una “sangría” para que el enfermo mejorara. Ponían las famosas sanguijuelas al paciente para sacarle la sangre.
En su ignorancia, los galenos de antaño acudían a pócimas, alquimia, inciensos y algunos “Detentes” como los que mostró López Obrador para defenderse del Covid-19.
Una sola de sus decisiones advierte el tamaño de la incompetencia del mandatario en temas de economía. Dijo que ajustaría los aguinaldos de sus funcionarios de alto nivel, disminuiría la publicidad y enviaría más dinero a los adultos mayores.
El tema de hoy no es ahorrar, ni recortar ni distribuir más dinero a los ancianos que ya han recibido su pensión. La urgencia es prestarles una palanca a la mayoría de las empresas y los ciudadanos que trabajan por su cuenta para que no cierren sus empresas y destruyan lo que tantos años y trabajo ha costado construir. Más adelante debemos consultar a los economistas cuántos pesos se destruyen por cada peso que no se invierte en la industria, el comercio y los servicios.
No tengo las herramientas econométricas, pero lo cierto es que, de no cambiar de rumbo, López Obrador será el creador de la más grande depresión económica que haya vivido el país. Su legado será peor que la peste, y en la memoria de las siguientes generaciones y en la misma historia estará catalogado como el gran arquitecto de la destrucción.
Será el Herbert Hoover mexicano, el presidente que le apretó el pescuezo a la gallina cuando estaba enferma; el gobernante que aplicó sanguijuelas para sacarle la sangre con impuestos a quienes ya no podían pagarlos. No se necesita ser egresado del ITAM para entender lo que viene; cualquier economista de la UNAM lo puede ratificar. Lo más tragicómico, ni siquiera sabe el presidente que la política que sigue es la más neoliberal del mundo; es decir, “que cada quien se salve como pueda”.
La primera muestra del descontento la tuvo mientras pronunciaba su discurso. Cientos o miles de meseros sin trabajo de la CDMX le reclamaban apoyos porque vienen al día de sus propinas y sin restaurantes abiertos, pronto pasarán hambre. Ya no podrá viajar por el país sin que surjan reclamos, sin que la gente se acerque para pedirle ayuda porque están sin empleo. Porque la gente no come rollo, ni discursos sin esperanzas fundadas.
Podemos tener fe, una fe racional como la tienen ciudadanos donde hay un plan en marcha: Francia, España, Estados Unidos o Perú. El país se hunde y la nueva Administración saca espejitos, recortes salariales a la burocracia y un listado de recetas mínimas.
En sus entrañas el país comienza a hervir porque nada peor que no ver una luz de esperanza en el horizonte. Quienes votaron por AMLO, cuando pasen al desempleo, serán los más violentos en contra de las políticas neoliberales de la 4T. ¿Y Guanajuato? ¿Qué espera? Esa es la siguiente pregunta que trataremos de contestar mañana.
