Es desesperante que no entienda, que el Presidente siga en su postura ideológica de no lanzar medidas contracíclicas para enfrentar el despeñadero económico que viene.

Es como verlo en cámara lenta cada día. Vamos en miles de barcas a través de un río con piedras y rápidos turbulentos. Adelante, después de unos días de travesía, sabemos que hay una caída de agua donde todos llegaremos si no encontramos una línea, una cuerda que nos detenga.

Desde la orilla nos mira un hombre y una muchedumbre que tienen miles de salvavidas a la mano, cuentan con cuerdas y chalecos que pueden lanzarlos para detener la caída. No lo hacen. Gritan que sólo lanzarán esas cuerdas a los solitarios que nadan río abajo. Que ya no habrá salvamentos como los de antes.

El Presidente no sabe que todos los barcos llevan una pequeña línea atada a sus pies y a los de sus acompañantes.

En el momento que lleguemos a la cascada por donde caerán las barcas, jalarán a todos quienes miran desde la rivera, los arrastrarán con tal fuerza que no quedará nadie en pie, ni siquiera los pobres que nadan solitarios atados con unas cuantas cuerdas.

¿Qué hacer? ¿Cómo arrebatar los salvavidas y las cuerdas a la Federación para salvar la planta productiva del país? La única forma es describir el futuro que nos espera si el Gobierno permanece impávido ante la tragedia.

Dice el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, que sin el apoyo de la Federación “vamos al barranco”. Le pide al Presidente que diga: ¿Cómo sí?

Queremos que el Presidente entienda&”

, dice Alfaro, pero no entiende porque lo interpreta como otro Fobaproa. La negación total y absoluta raya en lo absurdo. Cuando se le pide que ya no ponga recursos en los proyectos que no son prioritarios ante la pandemia, el Señor responde:

De qué quieren su nieve”.

El problema de López Obrador es que si deja que todo se vaya al barranco, él irá también con su presunta transformación. Ya en la parte más rápida de aguas abajo no habrá retorno ni salvavidas ni cuerda que pueda resistir el despeñadero.

Ni toques de queda, ni salvamentos del Fondo Monetario Internacional ni emisión de dinero en directo podrán remendar los destrozos creados por la ineptitud de Palacio.

Es tan grave la situación que el mismo Gobierno puede caer. Que la vida no lo permita porque solo hay algo peor que un mal gobierno: la anarquía. En el segundo semestre, cuando las empresas, heridas y maltrechas por la guerra, regresen a trabajar, los cofres de Hacienda estarán desechos.

Poca recaudación, Pemex en quiebra, su deuda calificada como “chatarra”; lo mismo la deuda soberana. ¿A quién culparía el Gobierno? ¿Con qué autoridad moral podría seguir gobernando, con qué credibilidad?

La confianza baja del 50% y pronto llegará al 40 o al 30 por la celeridad y profundidad de la crisis. Habríamos pasado del pleno empleo a un desempleo nunca visto.

El experimento político populista habría costado decenas de veces el valor del aeropuerto de Texcoco y una disminución generalizada del estándar de vida de la clase media. La pobreza extrema superaría mucho más que el 50% de la población. Morena dejaría de existir. Aunque usted no lo crea.

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