Soy de los que creció escuchando que el petróleo era una bendición para el País, lo que hoy considero, es que en realidad fue una maldición. Los pueblos que no tuvieron agua ni petróleo, tuvieron que luchar para cubrir sus necesidades en tanto que a México le caían del cielo; los pueblos que recibieron todo de la naturaleza, culturalmente no desarrollaron el espíritu de lucha. Para finales de los años setenta, el Presidente de la República frente a tanta riqueza del subsuelo, llegó a decirnos que “deberíamos administrar la abundancia”. La consecuencia: el petróleo fue fuente de corrupción, de extracción no solo de energía del subsuelo sino de impuestos para el presupuesto, plataforma de chambas para políticos y familiares; origen de sueldos exorbitantes y prestaciones para un sindicato consentido con el 80% de sus miembros emparentados entre sí, y cuyos pasivos laborales consumen hoy a la empresa.
Imposible sostener a una empresa “productiva del Estado” con cargas laborales como las del sindicato de Pemex con prestaciones por encima de toda lógica. A esto se sumaba también la corrupción en la asignación de contratos que era fácil conocer e imposible de castigar. Con el paso de décadas sus costos fijos se tradujeron en pérdidas y los pasivos crecieron más que los pasivos. Gobiernos priístas, panistas y morenistas, nunca se atrevieron a tocar al sindicato ni a reducir la plantilla laboral a pesar de ver cómo la producción petrolera iba en picada. Sin capital de inversión se vio como alternativa la inversión extranjera y la coinversión de riesgo para financiar a la maltrecha empresa.
Pero fue con Morena y el presidente AMLO que se quiso regresar a los años setenta de la bonanza petrolera, imaginando con buenas intenciones, que produjéramos nuestra propia gasolina construyendo una refinería con recursos propios. Esfuerzo encomiable pero difícil de concretar mientras no se redujera la plantilla de personal. Así nació el proyecto de Dos. La terquedad de nuestro presidente AMLO nos llevó a construir la Refinería y a construir el aeropuerto de Santa Lucía cancelando el de Texcoco. Esto sería posible quizá, en un escenario de ingresos petroleros altos y de eliminación de costos fijos con una alta productividad de la cadena productiva de Pemex. Pero ni se redujeron los privilegios de los petroleros ni se redujo la plantilla; por el contrario, los costos aumentaron y en un esfuerzo desesperado, al final del año 2019 en plena recesión, Pemex logró detener la caída de la producción. Se le inyectaron millonadas de dinero para en el inicio del 2020 conocerse que Pemex tuvo una pérdida millonaria en sus estados financieros. Una locura: registró pérdidas por 346 mil 135 millones de pesos, un aumento de 92% respecto a las pérdidas de un año antes, según la información reportada a la Bolsa Mexicana de Valores (BMV). Fue meterle dinero bueno al malo. Pérdidas por casi 20 aviones presidenciales.
Pero quería el destino que la catástrofe viniera a completarse con una caída en los precios del petróleo en todo el mundo por la pelea de mercados entre Rusia y Arabia Saudita y con ello, de los ingresos que tiene Pemex. Una empresa que debería ser un motor de desarrollo para el País, es hoy, el gran lastre de las finanzas públicas. La sociedad ya no quiere, ni debe y ni puede, subsidiar a las entidades públicas que no le generan valor. Vivimos una semana en que el costo de producción oficial del barril es de alrededor de 28 pesos y sus precios están por abajo de 20, es decir, sería más barato dejar de producir petróleo que hacerlo.
Para tener una idea del tamaño de la deuda que tiene Pemex con sus trabajadores (dadas la privilegiada condición en que son contratados), esta cantidad es equivalente al 10% del PIB nacional. Es 23 veces la cantidad presupuestada en el rubro de salud; cuatro veces lo presupuestado en proyectos de infraestructura hidráulica; 2.8 veces los proyectos contemplados para energía eléctrica (CFE). Son 170,000 mil trabajadores activos de Pemex (y 120,000 jubilados) que consumen y consumirán los recursos que se requieren para millones de mexicanos. Sus jubilados tienen una edad promedio de 52 años y es indispensable subir la edad de jubilación al menos a 65 para darle viabilidad financiera a la empresa.
El 18 de marzo el presidente AMLO en plena crisis sanitaria hizo un acto multitudinario recordando la expropiación petrolera. Fiestas y porras en el jolgorio petrolero, los privilegiados de siempre. Ni una palabra de la crisis global, de los precios, de las estrategias para recuperar la productividad. Besos y abrazos en medio de arengas a los héroes patrios. Pemex no tiene otra alternativa que abrirse a la inversión extranjera si no se quiere tocar a la plantilla laboral. La Reforma energética no ha sido derogada por Morena pues aumentaría el “riesgo País”. Lamentablemente, es seguro que Pemex perderá pronto su calificación crediticia y sus bonos pasarán a ser “bonos basura” subiendo los intereses de sus deudas. Con ello, provocará que la deuda soberana de México también pierda valor. La realidad: Pemex seguirá siendo un lastre para todos los mexicanos y a nosotros, a la sociedad productiva y dinámica, nos tocará seguir saliendo a flote&
*Consejero local del INE.
