Qué le contestará al presidente López Obrador el mesero de un restaurante en Puerto Vallarta, o de la CDMX o de cualquier centro turístico del país cuyo ingreso ya se fundió. Qué le dirá el dueño del restaurante, del hotel, de la fábrica con miles de obreros. ¿Que tengamos fe?
El Mandatario, después de dar y recibir besos y abrazos, pide que nos serenemos. Luego recomienda:
No dejen de leer la novela de García Márquez, quizá su mejor obra, “El amor en los tiempos del cólera”, bálsamo para serenarnos y homenaje a los ancianos sabios y respetables de nuestros pueblos”, escribe en su cuenta de Twitter.
También podríamos leer “Isabel viendo llover en Macondo” y esperar meses a que el Covid-19 nos inunde y ahogue. Podemos perdernos en todo el realismo mágico latinoamericano para dar gusto al Presidente, cuando hayamos terminado habremos perdido la poca serenidad que nos quedaba.
López Obrador nos lleva al desastre, convertido en un personaje mágico de García Márquez o de Vargas Llosa. ¿Por qué no leer la historia llamada, “Crónica de una muerte anunciada”, donde se conoce la muerte de Santiago Nasar desde el principio de la novela? Igual conocemos ya los estragos que causará la epidemia en la salud, la economía y la mente de los mexicanos.
¿Sería demasiado sugerir la lectura, en estas vacaciones forzadas para millones, la “Memoria de mis putas tristes”, donde un nonagenario libidinoso sueña con desflorar a una niña? ¿Qué dirán las mujeres que marcharon el día 8 y pararon el día 9? Podríamos usar el tiempo de cuarentena para discutir hasta el infinito si en la literatura cabe o no usar la pedofilia como forma de arte.
El fin de semana mostró un líder ausente de la realidad, soñando que Macuspana es Macondo y él un personaje inédito de García Márquez. Tal vez tengamos que prepararnos para leer “Cien años de soledad”, la obra maestra de la literatura latinoamericana, para sentir ese vacío que da la ignorancia de la realidad o un país que transita el tiempo sin destino.
Con todo lo que dice y hace el Presidente, podría personificar a un político todopoderoso que cree en la “fe” para derrotar a la amenaza más grande que haya tenido México desde la Revolución.
Sabemos que saldremos adelante, tarde o temprano, como siempre lo hemos hecho. El problema es el castigo infligido sin necesidad a una población desamparada por la ineptitud de su Gobierno. Miles morirán por la indolencia de no reconocer la pandemia a tiempo; cientos de miles perderán su empleo; miles de empresas dejarán de existir si no hay un cambio inmediato y radical en la estrategia y el discurso. Si López Obrador deja de ser un mal ejemplo.
Decía el gran historiador del liberalismo mexicano, Jesús Reyes Heroles:
La ciencia en el laboratorio y la fe para el oratorio”. Aunque reconocemos el valor de la espiritualidad para soportar la carga que viene, la solución está en la ciencia y en lo mejor de la política, inspirada por un líder patriota y serio. No un adicto a las multitudes.
China sale adelante con miles de doctores, ciudades y 60 millones en cuarentena. Usa toda la disciplina militar del Partido Comunista.
Corea aprovecha la ciencia y la tecnología para dejar a los enfermos no graves en su casa. A pesar de la virulencia de la epidemia, logra controlar el número de muertos.
Singapur construye en pocos días un sistema paralelo de salud pública para atender la amenaza y controlarla. Todo contacto, toda reunión es registrada para aislar el virus. Hasta hoy no lamenta defunciones.
Italia paga con muchos muertos su lentitud para reconocer el problema. Hoy canta desde las ventanas para aliviar su congoja.
España sufre lo indecible pero transforma toda la política interna en un arma vigorosa para unir a todos en aplausos -que llegan también desde las ventanas- para quienes están en el frente de batalla de la sanidad pública y privada. (Continuará)
