De repente el peso se tambaleó y perdió el 10% de su valor. La temible devaluación liberó el pesimismo de los mercados nacionales y puso al país en jaque. Luego vino la guerra del petróleo entre Arabia Saudita y Rusia. El petróleo se derritió y con él todos los mercados.
Vivimos tiempos de emergencia y la infección económica se propaga sin que haya un médico prudente en el gabinete y parece que el Presidente no se da cuenta de la gravedad del paciente.
¿Qué haría un hombre sabio en la administración de México ante la adversidad que puede llevarnos a una economía de guerra?
Es fácil recordar para quienes vivimos y sufrimos hace 25 años la peor crisis después del sexenio de Carlos Salinas de Gortari.
Las reservas en dólares estaban en el suelo, apenas unos 10 mil millones de dólares, el peso se había devaluado de 3 a 8 pesos y no había con qué pagar la deuda en dólares a corto plazo, los llamados Tesobonos.
Por si fuera poco la inflación volvía desenfrenada y los bancos estaban a punto de quebrar porque los saldos no cubrían los quebrantos y era imposible respaldar el dinero confiado a la banca por los ahorradores. Nunca se había visto la furia de una tormenta de tal magnitud.
El presidente de la República, Dr. Ernesto Zedillo, se dirigía al país temblando sus manos, dudosa la voz, visible su angustia. Detrás de ese discurso sombrío se encontraba el hombre más preparado para sacar al país del atolladero. Lo grave es que en ese momento no conocíamos su talento.
Para calmar a los inversionistas de Tesobonos consiguió un préstamo directo de la Casa Blanca. Bill Clinton había convencido a su Congreso que era gravísimo dejar que México se hundiera en un default, que dejara de pagar. El Tesoro norteamericano extendió un cheque por 30 mil millones de dólares.
El país pagó y su crédito quedó a salvo. Muy pronto el dinero regresaría en inversiones y en nuevos créditos comerciales. En sólo 18 meses la administración de Zedillo había pagado el dinero al Tesoro con una ganancia de 500 millones de dólares netos para Estados Unidos.
Luego diseñó el Fobaproa, un mecanismo para garantizar los depósitos en los bancos, piedra fundamental de la confianza financiera del país. Muchos criticaron el hecho de que nunca tantos habían pagado tanto para “rescatar” a tan pocos. Cierto que hubo miles de millones de pesos perdidos por los bancos que pagaríamos los contribuyentes en el futuro.
No había alternativa. Zedillo sabía el costo político que pagaba al rescatar la banca pero de no hacerlo el país habría perdido el 30 por ciento de su Producto Interno Bruto. Aún con los dos rescates el costo fue brutal con la pérdida del 7 por ciento.
El Dr. Zedillo tomó la administración pública en sus manos con la ayuda de Santiago Levy, Guillermo Ortiz y José Ángel Gurría. En 1996 la crisis cedió y retornamos al crecimiento y a la solidez de las finanzas públicas. La inflación cedió, las reservas se reconstruyeron y, al final del sexenio, en el año 2000 el país logró el pleno empleo y un crecimiento del 7 por ciento.
La medicina del Dr. Zedillo, la disciplina y sobriedad de su mandato dejaron a Vicente Fox un futuro promisorio.
¿Qué haría Zedillo hoy? Ese es tema para despertar la imaginación con otra perspectiva. (Continuará)
