Los muertos por el contagio del coronavirus llegan a 910 en la cuenta de ayer. Los infectados superan los 40 mil. China vive uno de sus peores momentos al tiempo que su economía se detiene en el primer trimestre del año.

A pesar del esfuerzo para contener la epidemia con la construcción inmediata de dos hospitales de 2 mil 600 camas; a pesar de inyectar 10 mil millones de dólares a la región de Hubei para evitar su colapso, China sufre por un virus nuevo y contagioso.

Según expertos, el coronavirus no tiene la letalidad del SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) que afectó a 26 países en 2003, puesto que sólo el 0.2% de los infectados morirá, aunque el nuevo virus es más contagioso. De la gripe común fallece el 0.1% de los enfermos.

Pronto China verá clarear su horizonte. En pocas semanas la incidencia cederá ante las medidas sanitarias extremas como aislar a unos 60 millones de habitantes alrededor de sus provincias centrales.

Al leer todos los días en varios diarios internacionales el desarrollo de la epidemia, al ver los errores iniciales que ampliaron la desgracia cuando un doctor levantó la alarma y fue silenciado por la policía, comprendemos mejor la epidemia que sufre México.

Es una enfermedad distinta y más perniciosa, difícil de curar cuando no se aplica la medicina correcta. Causa muchas más muertes de las que sufrirán los chinos y destruye tejidos del espíritu, más difíciles de reparar que los pulmones infestados por el coronavirus.

La enfermedad se llama: pérdida de confianza de los emprendedores.
Su brote comenzó cuando la arbitrariedad se convirtió en gobierno, cuando de un plumazo se destruyó Texcoco, el proyecto de infraestructura más importante de nuestra era. Al igual que todas las epidemias virales, comenzó con un contagio de incredulidad. ¿Cómo era posible que mediante una “consulta” popular sin sustento legal ni científico se pudiera echar abajo el trabajo de decenas de miles de mexicanos? ¿Cómo lo que había tardado décadas en consolidarse se eliminaría del presente y el futuro del transporte aéreo?

En octubre del año pasado comenzó ese contagio de desconfianza que no cede después de 16 meses. Una enfermedad que frena el crecimiento, alienta la deserción en el grupo de líderes empresariales más importantes e intimida a pequeños y medianos emprendedores.

La medicina para atacar los virus en China está en preparación y, mediante mezcla de antivirales como los usados para detener el VIH, hay esperanza de que pronto haya una cura. Una vacuna puede venir después, además de las medidas sanitarias adecuadas en todos los mercados chinos. Seguro que de esta crisis surgirán instalaciones más modernas y un cambio de hábitos de consumo de aves y animales exóticos. Nada detendrá a los chinos en su esfuerzo por ser un país desarrollado.

En México la medicina para curar la enfermedad de la desconfianza está al alcance de la mano. Sólo se necesita que nuestros gobernantes obren con racionalidad. El país no puede salir adelante enfermo. Para detener la violencia se necesitan recursos y crecer; para atender la salud es indispensable tener fondos públicos suficientes que sólo los da la continua expansión económica; para gobernar y avanzar en paz es necesario inyectar confianza.

Qué difícil es ver con claridad los problemas mientras los gobernantes permanecen cegados por dogmas ideológicos o una incomprensible terquedad ante los hechos y los datos duros de lo que sucede.

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