La evolución del pensamiento sólo se puede comprender por la interacción entre los seres humanos. La multiplicidad de experiencias abren una puerta tras otra al conocimiento de la realidad. 

Las cárceles de las ideas se llaman dogmas y creencias; mitos y fantasías. Todos tenemos y hemos tenido esos claustros de donde no podemos salir por nuestra educación, prejuicios o ignorancia. Necesitamos del prójimo para liberarnos.

La ciencia logra romper esas paredes con descubrimientos gigantes como la redondez de la tierra, las leyes físicas de Newton o la relatividad de Einstein. En ocasiones podemos ver a nuestros semejantes víctimas de ese encierro. También otros pueden observarnos en nuestras lagunas de conocimiento que nos cercan en ideas fijas.

En cualquier ciudadano el dogmatismo o las ideas fanáticas no trascienden y pueden no tener importancia mientras esté adaptado a la convivencia dentro de las normas legales y sociales. Cada quien puede creer lo que le venga en gana mientras no dañe a los demás. El asunto se convierte en una pesadilla cuando el encarcelado en sus ideas es un líder de quien depende el destino de millones, peor aún, del mundo entero.

Un ejemplo sencillo muestra la trascendencia de las ideas fijas y la ignorancia de la historia. Donald Trump acaba de acelerar una guerra comercial con China, encerrado en la idea de que Estados Unidos es la nación más poderosa del mundo y puede imponer reglas y tratados por la fuerza (esa es su cárcel).

En una reunión previa para imponer nuevos aranceles del 10% a las importaciones de China, sus asesores, salvo Peter Navarro, le sugirieron no hacerlo. Larry Kudlow, su asesor económico se lo advirtió. No hizo caso. 

La decisión costó una pequeña debacle en las bolsas del mundo y la respuesta inmediata de Beijing devaluando el yuan arriba de 7 por un dólar. Además Xi Jinping, el máximo líder chino, ordenó la cancelación de las compras agrícolas a Estados Unidos, lo que pega en el estómago y en el ánimo de quienes apoyaron a Trump en el corazón agrícola de su país. La soya se pudrirá en los campos.

Si Trump leyera a Henry Kissinger “Sobre China”, comprendería que los asiáticos tienen un reloj muy distinto al de los occidentales. Los chinos pueden esperar y esperar, sentados en la puerta de su casa para ver el cadáver de sus enemigos pasar rumbo al cementerio. 

Xi Jinping no tiene que luchar por una reelección, ni hacer campaña para convencer a sus gobernados que su proyecto es el mejor. El Partido Comunista le delegó casi de por vida las riendas del país que alguna vez imaginó ser el centro del mundo y quiere convertirlo en realidad. 

Ellos pueden sufrir y aguantar porque vienen de una economía en desastre hace apenas 40 años; pueden esperar porque piensan en generaciones y, aunque tienen ya el virus del consumo, gozan de la seguridad del poder que les da el peso de 1.4 mil millones de habitantes.

Trump estará asediado por dos flancos: la guerra comercial con China donde todos pierden y la materialización de su odio y racismo en la tragedia de El Paso. Los demócratas encontrarán armas suficientes para impedir su reelección. Al menos eso esperamos.

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