El amor es sabio, el odio es tonto”, Bertrand Russell
Una pequeña larva crece en un hueco del oído y puede convertirse en un gusano que cause grave daño al enfermo. Las palabras, si nos fijamos bien, pueden ser esos huevecillos que se convierten en larvas y en insectos que infectan al cuerpo y al entendimiento.
En un clima propicio las palabras de odio de los líderes se transforman en acciones. A diferencia de las enfermedades producidas por los insectos, el veneno de la discordia y el racismo afectan a cientos de millones. Matan más que la malaria o la fiebre amarilla.
En el siglo pasado hubo varias epidemias infecciosas de la mente humana. Podríamos enlistarlas por docena pero con unos cuantos ejemplos tenemos. El odio sembrado por Hitler en los oídos del pueblo alemán cobró 50 millones de víctimas en la Segunda Guerra Mundial. Mao, con su dogma comunista, mandó al infierno a su pueblo con una “Revolución Cultural” en los sesenta. Pol Pot mató a dos millones de camboyanos cuando trató de hacer un borrón y cuenta nueva de la historia con una crueldad satánica.
Lo mismo hicieron los turcos con la matanza del pueblo armenio a principios de siglo o Stalin con sus purgas de millones. Parece increíble pero aún hay fanáticos en Rusia que admiran al dictador.
Donald Trump tiene buena parte de la responsabilidad de los tiroteos en El Paso y en Dayton, Ohio. Dice el Presidente norteamericano que los autores son enfermos mentales. Sí, pero sus ideas crecen en un clima propicio de odio y racismo. Fortalecen a los asesinos.
Las armas de asalto que portaban los tiradores son permitidas por una sociedad que desea vivir con las reglas del Viejo Oeste y no se resigna a la civilización avanzada sin pistolas y fusiles. La Asociación Nacional del Rifle (NRA por sus siglas en inglés) prevalece en sus intereses sobre la seguridad de 320 millones de habitantes.
¿Cuánta responsabilidad tiene Trump con su discurso racista y sus insultos a mexicanos y latinos?
Hace un par de semanas permitió que sus seguidores cantaran en un mitin un estribillo que él inventó. “Que se vayan a donde vinieron”, era el mensaje para cuatro congresistas mujeres de ascendencia latina, africana e islámica.
Cuando lo entonaban Trump calló, complacido y alimentado en su ego por la respuesta de sus fanáticos. Luego estaría en aprietos ante la opinión pública y quiso deslindarse del tema condenando sus propias palabras.
Todo discurso de odio proveniente de un líder tiene consecuencias en las mentes de sus seguidores, ya sea contra judíos, armenios, hispanos o conservadores fifís.
Con el ataque a los paisanos en El Paso, se confirma la ola de odio asesino que albergan en sus oídos y en sus mentes millones de norteamericanos arengados por Trump. Su nacionalismo sectario, su racismo implícito y su falta de humanismo pueden tener consecuencias insospechadas como una gran guerra.
Lo único que puede detener a Trump es la campaña presidencial del 2020. La mayoría del pueblo norteamericano puede comprender que está enfermo como los asesinos de El Paso y Dayton. Sus armas son más peligrosas, son las palabras de odio que siembra como huevos que serán larvas e insectos en los norteamericanos blancos ignorantes y provincianos. Además tienen el botón nuclear.
