Recientemente, la empresa anglo-norteamericana IEnova y la canadiense TransCanada anunciaron el término de la construcción del gasoducto marino Texas-Tuxpan, que transportará dos mil 600 millones de pies cúbicos de gas natural diariamente, con una inversión de dos mil 500 millones de dólares. 

Se espera que con esto se incremente en 40% el suministro de gas natural para la generación de energía eléctrica y el desarrollo de la industria nacional. 

Pero, lo que era una extraordinaria noticia para México y las empresas inversionistas, pronto se convirtió en un sombrío desenlace: Comisión Federal de Electricidad envió una notificación donde desconocía el clausulado del contrato y solicitaba un arbitraje internacional, demandando la nulidad del contrato firmado en el 2017 bajo normas internacionales.

Las perspectivas sobre la actividad económica de México para 2019 se vienen revisando a la baja desde el 2018.  

De un crecimiento esperado del 2.7% del PIB, se bajó al 2.1% y, finalmente, el día jueves 27 de este mes, JPMorgan recortó su pronóstico de crecimiento a 0.9%. Un ajuste a la baja de un 1% del PIB equivale a 120 mil millones de dólares menos para la economía. 

Pero, ¿a qué se debe esta caída en el crecimiento del PIB de México? Seguramente, la respuesta a bote pronto que daría un AMLOfóbico sería la de culpar absolutamente al Presidente. 

Aceptando sin conceder la porción de responsabilidad que le corresponda, habría que señalar que, de acuerdo con economistas, el diagnóstico es que la desaceleración es multifactorial. 

Recordemos que, desde hace cuatro años, deliberadamente Banxico endureció su política monetaria incrementado la tasa de interés desde el 3% al 8.25%, con la finalidad de enfriar la economía y controlar la inflación.

Es urgente que Banxico baje la tasa; hay augurios de que en julio suceda en EU y en agosto suceda en México.

Recordemos, también, que la inversión y el gasto público fueron recortados debido al plan para reducir la deuda pública, mientras que la inversión privada ha sido afectada por la incertidumbre en torno a la renegociación y ratificación del Tratado de Libre Comercio; además, la curva de aprendizaje del gobierno, la desaceleración mundial y la baja producción de petróleo.  

Así las cosas, el 13 de junio, el Presidente y el Comité Coordinador Empresarial firmaron un convenio para impulsar una inversión en el país de 32 mil millones de dólares sólo este año. 

Durante el evento, los representantes empresariales pidieron al Primer Mandatario que garantice el respeto al Estado de Derecho, así como las condiciones necesarias y reglas claras para llevar a cabo las inversiones. 

El Presidente respondió con un cordial mensaje asegurándoles que las puertas de Palacio estaban abiertas para los empresarios. Parecería que todo caminaba sobre rieles. 

Sin embargo, sucedieron eventos preocupantes que mandaron señales confusas y contradictorias para los inversionistas: a pocos días, sucede que la CFE desconoce el contenido del contrato con TransCanada y IEnova; el Presidente ordena la cancelación de un permiso ya otorgado a inversionistas para perforar un pozo petrolero mediante el método de fracking. 

También, se cancelan las convocatorias para las nuevas rondas de asociaciones de Pemex con particulares en los Farmouts. 

Todo lo anterior vuelve a generar la pérdida de confianza y temores entre inversionistas mexicanos, que estaban ya muy desconfiados por la cancelación del Aeropuerto.
Sin embargo, en este contexto hay algo extraño: México captó 10 mil millones de dólares de inversión extranjera en el primer trimestre del 2019.  

El monto es mayor en un 7% comparado con el mismo periodo del 2018. Es decir, los extranjeros no han perdido la confianza, sino son los empresarios mexicanos los que perdieron la fe. 

AMLO tiene una aceptación del 73%, pero, en el resto que no votaron por él están los empresarios dueños del dinero, que no le creen.

Sin duda la fe y la confianza son unos de los valores más importantes que pueden existir. Y es que es urgente que el líder transmita confianza para que los demás puedan creer en él. Sin ésta no se tiene nada y no se puede avanzar. 

La palabra fe viene de la raíz latina fi, del verbo fiar, fides, fe, y el sufijo “anza”, como esperanza; por tanto, la confianza y la fe van siempre unidas. 

El dinero en México es moneda fiduciaria; está respaldado en la confianza de una sociedad, no se basa en el valor de metales preciosos sino en la creencia general de que ese dinero tiene valor. 

Los gobiernos deben estar sustentados en la confianza y en la fe de que algo bueno se van a lograr, sus decisiones deben de estar seguidas de las estructuras sociales para que tengan éxito. 

La confianza, así como se da, así se quita.  Por eso, es un bien tan escaso, tan difícil de alcanzar y tan fácil de perder. 

Sin embargo, tenerla o no tenerla marca la diferencia entre el éxito y el fracaso de un gobierno o de un líder social. 

Pero, AMLO no perdió la confianza de los empresarios, porque las cúpulas nunca se la han otorgado. 

Aunque, ya presidente, el Gobierno y empresarios deben de atender a sus responsabilidades históricas, cumpliendo cada uno la parte que le corresponde, sin invadir funciones y sin perder de vista la solidaridad, subsidiaridad, justicia social y el Estado de Derecho. 

Es importante recordar que la palabra autoridad provienen de la raíz “aug”, que significa aumentar, hacer crecer. Así, la autoridad no crea, sino que hace que algo crezca y prospere. 

La autoridad es una cualidad armonizadora y, en el caso de un gobierno, esa autoridad, desde la Revolución Francesa, proviene no de la divinidad sino el pueblo; por lo tanto, la misión del que tiene autoridad es suscitar esperanza porque su más elevado fin es construir y ayudar a hacer crecer.
 

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