De pronto el ex Rector de la UNAM y que fuera Secretario de Salud, además de aspirante a candidato presidencial por el PRI (Partido Revolucionario Institucional), renunció a ese organismo.
Pretendía convertirse en dirigente nacional del añejo organismo electoral.
Comenzó a rascarle poquito; hizo algunos “amarres” con ciertas bases sin elevar demasiado sus espectativas por lo que al no ver claro se retiró de esa contienda. Al dar a la luz su desencanto hizo pública la falta de democracia interna.
¡Vaya, vaya! Un personaje que se supone con una gran no cultura únicamente sino informació política, hasta ahora descubre el hilo negro y el agua tibia.
Es evidente que el doctor Narro, al hablar con sus allegados y pedirle consejos a su almohada, escuchó mal (de por sí los viejos ya no oímos bien), e interpretó peor, ya que se le encendió no el foquito sino una terrible verdad: que ese partido nunca ha sido democrático, ni externa y menos internamente.
Luego la sorpresa fue un absurdo acumulado ya que si el doctor hubiese traído en la mano cartas fuertes, ases, reyes y un caballo, habría jugado con posibilidades de llegar, no el sitial, siquiera a la última ronda, en la que los priístas echarán toda la carne al asador obedientes a lo que diga el dedito de quien ahora comanda ese partido político o lo que queda de él. ¿O se irán viendo a quien mece la cuna?
Narro ausente no significa absolutamente nada porque carece de peso específico. Ni en la Universidad Nacional, como rector, fue personaje de gran impacto o arrastre.
Para calibrar su desempeño nada más recordemos que fue incapaz de limpiar ese campus de drogos y vagos; pero lo peor resultó que su impotencia permitió que el auditorio Justo Sierra siguiera en poder de 20 rufianes que tenían y tienen el espacio peor que lupanar.
Con esas credenciales jugó el ex rector y, claro, perdió no porque le diera un beso el Diablo (Luis Echeverría), como en los tiempos de López Portillo, sino porque no adivinó el punto central del rescoldo priísta.
Si su intuición, que ha de funcionar medianamente, lo hubiese encaminado siquiera con José Murat Casab, le habrían abierto los ojos para despejar el horizonte de lo que fue su partido.
Pero como le faltó a don José Narro malicia e intuición, ahora está, con otras gentes que le siguieron en la huida, en calidad de disponible.
Los renunciantes al PRI saben que en una alianza vista, pactada o de hecho, el tricolor hará enroque con Morena o sea que se convertirá en lopezobradorista camuflado o vergonzante; pero a los ahora migrantes, si quieren continuar en la política, ¿qué ruta o camino se les despeja?
No hay, por lo menos a la vista, un sendero político que los atraiga. Los partidos que tratan de lograr registro son, para decir lo menos, un desencanto, para ellos y para el pueblo.
De más de 100 promotores o grupúsculos que se alborotaron, uno es el que puede lograr registro, el de la profesora Elba Esther, porque tiene “amarrados” a los profesores; el resto de los de la intentona, están para llorar. Claro que hay entre esa masa de aspirantes algunos carroñeros, como los que asesinaron al PDM, (Partido Demócrata Mexicano) que subsisten de las migajas.
Pero lo que importa saber es ¿hacia dónde mirará o tirará el anzuelo gente como José Narro, que ha salido del PRI?
Es una incógnita, no grande, pequeña, porque no se trata de liderazgos fuertes, sino de personas que se creyeron dentro de ese agrupamiento electoral más de lo que en realidad eran.
Y si como reza la canción: “Unos brazos me desprecian; pero otros me están esperando”, esos brazos pudieran ser morenos.
Digo eso porque con lo poco o casi nada que tienen de caudal político Narro y sus seguidores, serían incapaces de formar un frente para confrontarse, primero contra el tricolor y luego enfretar el sistema unipersonal que maneja la República.
Para eso no les alcanza la pizca política que les quedó, menos cuando la desilución mata.
