“Los defectos del Presidente se vuelven característicos del sistema mismo, cuando las patologías del líder se convierten en las patologías del gobierno.”
Esta es la tesis de Daniel Cosío Villegas, economista, historiador, politólogo, fundador del Fondo de Cultura, que publicó un polémico libro titulado: “El Estilo Personal de Gobernar”, que se refiere a la personalidad de Luis Echeverría.
La afirmación de Cosío Villegas se puede hacer extensiva a todo lo que es Poder Ejecutivo en México: presidente, gobernadores y alcaldes.
Tienen tal concentración de poder que los atributos personales, como el carisma, el temperamento, las filias, las fobias, el carácter, las simpatías, las diferencias, la educación y sus experiencias personales, impregnarán su ámbito de gobierno.
El estilo personal de gobernar siempre ha sido motivo de críticas y reconocimientos, de aplausos y chiflidos, es irrepetible, conlleva a encuentros y desencuentros, a filias y fobias.
Por lo tanto, ejecutivos como Andrés Manuel López Obrador, Diego Sinhue Rodríguez y Héctor López Santillana, que seguramente tienen una clara conciencia de la trascendencia de su palabra y sus actos, dejarán la impronta de su estilo personal de gobernar, donde la decepción y la esperanza estarán en la balanza del juicio implacable de la Historia.
En Guanajuato, a lo largo de su historia política, sus gobernantes han tenido muy diferentes matices y personalidades: Encuentros y desencuentros, frías distancias y cálidas cercanías… Pero, finalmente, lo que es actualmente Guanajuato es producto del tiempo, de los gobernantes, sus pobladores y circunstancias.
Contrastando el estilo personal de algunos gobernadores de extracción priísta, con certeza se puede constatar que han sido muy diversos; como ejemplo, los de Juan José Torres Landa, Enrique Velasco Ibarra y Rafael Corrales Ayala.
El primero fue todo un estadista, con una gran personalidad, un político hacedor, carismático y popular, proclive a la obra pública; el segundo, un académico, maestro de “Teoría del Estado”, con una visión muy teórica del delicado oficio de gobernar, cordial, bohemio, buen amigo, las consecuencias son consabidas.
Corrales Ayala fue un político profesional, buen orador, formado en los intríngulis de la realpolitk, sibarita, excelente conversador de palabras aterciopeladas, que no gustaba que el polvo opacara el lustre de sus zapatos, maestro de la intriga palaciega y del engaño, a la vieja usanza, proclive a la liturgia del poder, que desconfiaba hasta de su sombra. Tres gobernadores, tres estilos personales.
Entre los gobernadores panistas, los contrastes no son menores. El estilo de Juan Carlos Romero Hicks fue el de escuchar, más que hablar; un hombre pensante, talentoso, buen tribuno, educado, que cruzó el pantano sin manchar su plumaje, respetuoso de las instituciones, culto y con un gran respeto a la diversidad de pensamientos.
Héctor López Santillana acuñó un estilo sobrio, discreto, sin estridencias, un político de tesis humanistas, ideas claras y ordenadas, con capacidad de escuchar, con vocación de servicio; es decir, posee la voluntad de inclinarse ante las necesidades del otro; además, privilegia la cercanía con el ciudadano. Le caracteriza su cortesía republicana.
Diego Sinhue, un hombre de trabajo, empeñoso, sin fastuosos rituales protocolarios, consciente de su responsabilidad, honesto, que está definiendo su estilo personal de gobernar.
En contraste con los anteriores, mencionaré brevemente los matices de Carlos Medina Plascencia, aunque su gubernatura no fue por elección de los guanajuatenses, sino por decisión de Carlos Salinas de Gortari.
Medina no coincide con los estilos de los ya mencionados de su partido. Lo describe un importante político panista que lo conoce bien: “Carlos es soberbio y engreído, padece de una pretendida supremacía moral sobre sus pares, no es profesional sino oportunista, mezcla sus negocios personales con la política, es desleal… No tiene vocación de servicio”.
En relación con el presidente Andrés Manuel López Obrador, su estilo personal ha generado odios y encomios. Su propósito es hacer una gran transformación.
Su estilo está permanentemente conectado con el pasado histórico y permeará toda la política nacional. Este fenómeno no había sucedido quizá desde el presidente Lázaro Cárdenas, con todas las oportunidades y riesgos que ello implica.
El estilo de AMLO sería la antípoda del de Enrique Peña Nieto. AMLO decidió no vivir en Los Pinos, es populista, carismático, aunque mal orador; no habla de corrido, su léxico es muy limitado; es un político profesional, tiene un profundo conocimiento de la condición del pueblo, de sus usos y costumbres; su lenguaje es carente de florituras y retórica, pero cargado de simbolismo; AMLO es el hombre de la plaza pública, es el profeta, es la figura del sacerdote, quien trasporta al pueblo disperso hacia el templo de la Cuarta Transformación.
Seguramente, el carisma es uno de los factores más importantes del líder, que va implícito en el estilo personal de gobernar. Está integrado en ciertas personalidades y ausente en otras a las que podríamos considerar sin luz propia.
A primera vista, el carisma parece ser una energía invisible o un magnetismo atrayente. No se puede negar su presencia, pero es difícil apuntar su origen.
No podríamos considerar que el presupuesto económico sea el factor determinante para transformar México, Guanajuato o León. Se requiere del estilo personal que sea capaz de generar esperanzas, de arrancar la pasión de la gente, del pueblo, para avanzar.
Habrá quien guste de un estilo u otro: pero, mientras en lo sustantivo el estilo personal de gobernar respete un régimen de libertades y sirva para mejorar, será aplaudido.
Lo fundamental es que logre transformar las promesas en hechos y lo inadmisible en oportunidades de vida digna.
