Recientemente, la Catedral de Notre-Dame sufrió un incendio que se inició en la tarde del 15 de abril de 2019 en el tejado del edificio y ocasionó daños considerables. 

La aguja de la catedral y la techumbre se desplomaron y tanto el espacio interior como muchos bienes muebles fueron gravemente dañados. Se trata de uno de los edificios más destacados y antiguos de cuantos se construyeron en estilo gótico. 

Para Víctor Hugo, la Catedral de Notre-Dame de París, construida entre 1163 y 1345, es un símbolo del espíritu de contradicción y libertad, porque contiene el perdido saber alquímico. En esa época de restricciones de pensamiento y de credo de parte de la Iglesia, existía para las letras escritas en piedra una libertad total: la libertad de la arquitectura. 

Al contemplar las catedrales góticas, el observador se siente transportado, extasiado, lleno de admiración; se levantan en plazas y llegan hasta el cielo; esculpidas en piedra, tienen un lenguaje sublime y simbólico. A través de este arte los iniciados comunicaban sus conocimientos. 

Pero, ¿qué historia hay atrás de esta magnífica expresión arquitectónica? En la remota antigüedad del Oriente Medio y Grecia, quienes poseían los secretos de la extracción y fundición de metales, del trabajo de la piedra y la madera y otras actividades sobre los productos de la naturaleza, quedaban en buena medida marginados, se los veía como marcados por la infamia. 

Por ello, tendían a agruparse, protegerse y velar sus secretos. Adquirieron así un estatus especial, con una marca como la de Caín, a la vez fascinante e infame. 

Los perseguidos se refugiaron en fraternidades y convirtieron su saber en un tesoro guardado que solo se abría a los iniciados. De algunos de estos gremios de artesanos surgió la masonería en la Europa Continental y, posteriormente, nuevas logias fundaron la masonería especulativa inglesa en el primer cuarto del siglo XVIII, que se extendió por el mundo. 

Para estos masones todo empezó con Hiram Abiff, gran arquitecto de Tiro, que poseía todos los secretos de la obra y fue enviado por su rey a ayudar al rey   Salomón en la construcción del Templo. 

Hiram Abiff es asesinado y sobre su tumba se plantó una rama de acacia, material usado en el Arca de la Alianza, que es símbolo de inmortalidad y maestría. 

Antiguamente, la enseñanza de la transmutación de la energía era entregada de maestro a discípulo, era el arcano mejor guardado; la irrupción de la masonería (alquimia) en la catedral está ligada a las castas de lapidarios y herreros sagrados, “hijos del fuego” que trabajaban el metal al rojo vivo, crujiente y doloroso, como el averno, un ritual místico y demoniaco al fundir la materia. 

La alquimia en las catedrales conforma un misticismo impregnado de lentitud, de penetración y de concentración, cualidades todas radicalmente extrañas al mundo moderno. 

Es un arte puesto en movimiento por “las fuerzas superiores, en estados de conciencia no enteramente humanos”, según dicen ellos.

El secreto de la Gran Obra no puede trasmitirse, es un privilegio de los iniciados, que comprenden a través de sus propias experiencias el simbolismo de los textos alquímicos grabados en la piedra.

En 1926 fue publicado el libro “El misterio de las catedrales”, que se proponía demostrar que los maestros alquimistas medievales habrían dejado testimonio de su ciencia en esa arquitectura. El libro estaba firmado con un pseudónimo: Fulcanelli. 

Este hombre es ciertamente el más famoso y el más misterioso de los alquimistas del siglo XX. Nos descifra las claves encerradas en las construcciones medievales y los secretos de los oficios. 

La leyenda de Fulcanelli comenzó en 1920. En los reducidos círculos de los esotéricos, se lo considera como un “gran maestro” que trabaja en París. 

Este rumor fue difundido por dos personas, un joven bohemio de unos 20 años, Eugenio Canseliet, y su amigo pintor, mujeriego, bebedor y ocultista, Juan Julián Champagne. 

Pero Fulcanelli permanecía invisible, no asistía a ninguna reunión de los esotéricos y Champagne y Canseliet eran los únicos que se reunían con él. 

Ninguno de ambos podría haberse escondido tras el pseudónimo, no tenían las cualidades que distinguían al maestro, pues, no nos engañemos, como dice Claude d”Ygé, “Quienes piensen que la alquimia es de naturaleza terrestre, mineral y metálica, que se abstengan…”. La obra de trasmutación de metales vulgares en oro se da en el laboratorio del alquimista, pero también y antes en su cuerpo y su espíritu. 

El caso es que ya muerto Fulcanelli, la que concebía como su obra cumbre (Finis Gloriae Mundi), no terminada en vida, aparece como obra póstuma, con una advertencia que reza: “No es común que un adepto empuñe de nuevo la pluma luego de transitar por la trasmutación…”, es decir, luego de su muerte para el mundo. 

¿Pudo hacerlo Fulcanelli? Nunca lo sabremos, pero las lecciones de la trasmutación en oro de nuestros metales pesados, que son nuestras ataduras materiales más densas, siguen siendo el reto de la auto transformación. 

Goethe escribía: “La arquitectura en las catedrales es como música petrificada. Realmente algo de ella tiene; la atmósfera que surge de esa arquitectura se aproxima al efecto de la música…”.

Fuentes:
Fulcanelli, El Misterio de las Catedrales, Plaza & Janés, S.A.
Arribas Jimeno, Siro, La fascinante historia de la Alquimia descrita por un científico moderno, Universidad de Oviedo, Servicio de Publicaciones.

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