Todo comienza con la idea del éxito, esa palabra tan seductora que nos llama cuando la escuchamos porque promete el regalo de la felicidad. Igualamos el éxito al logro de metas, a la conquista de bienes materiales, intelectuales o espirituales.
El éxito no necesariamente es económico, pero en cualquiera de sus facetas pensamos que es el producto de la superación personal. Y como casi todo tiene mercado, hay quien vende en mil libros y programas la receta para conquistarlo. Basta pasearse por una librería para encontrar gurús de todo tipo.
Algunos son reconocidos por su seriedad y consejos prácticos; otros son charlatanes que ofrecen como pócimas mágicas, el secreto de la riqueza y el bienestar con algunas reglas que ellos inventaron o descubrieron.
El tiempo aclara todo. Dale Carnegie, quien aconsejaba cómo “suprimir preocupaciones y disfrutar de la vida”, sigue vigente después de un siglo. Otros son timadores desde el primer día y ofrecen oscuros programas de aprendizaje que te convertirán en un superhombre. Sus métodos, entre más intrincados y oscuros, llaman la atención de personas en problemas emocionales o con aspiraciones desmedidas de poder y éxito.
Hace 18 años leí un artículo en la revista Forbes sobre Keith Raniere encabezado en la portada como “El Coach ejecutivo más extraño del mundo”. Ya para entonces Raniere tenía seguidores devotos en Estados Unidos y México. Sus cursos del llamado “Programa de Éxito Ejecutivo” (ESP por sus siglas en inglés) prometían transformar tu visión de la vida y convertir tus negocios en algo superior.

Forbes ubicaba a Raniere ya como un timador. El Gurú ya engaña en la década de los 90 a miles de norteamericanos antes de fundar su ESP, con negocios de compras comunes que nunca tuvieron éxito. Luego encuentra el nicho en lo alto de la pirámide empresarial. Su programa se vendía caro, en 4 mil dólares por una semana de curso y era promovido por personas que hacían una cadena multinivel. El “Éxito” llega a México y comienza el negocio.
En aquella época tenía un amigo muy apreciado que sufría de inseguridad y episodios de depresión a pesar de que ya era un hombre muy exitoso en lo económico y familiar. Entonces tuvo la confianza de preguntar: ¿Cómo ves este curso? Le dije: para dar una opinión, tengo que conocer el contenido del curso, el índice de temas y las personas que lo impartirían. Oye, me dijo, es que firmé un contrato de confidencialidad porque la tecnología educativa que usan tiene registros de propiedad intelectual. Pero como me tenía mucha confianza me envió el programa (nunca lo difundí hasta que se comprobó el timo). En cuanto lo leí no pude comprender cuál era el tema y ya no lo tengo en la memoria. Lo que nunca olvidé fue la serie de ritos estúpidos que exigían a los aprendices. A Rainiere le decían “Vanguard” (Vanguardia) y al señor tenían que tratarlo de forma especial con caravanas, con estolas de colores que significaban el grado de avance que se mostraban de tal o cual forma. Puras vaciladas envueltas en ritos esotéricos.
De inmediato le llamé al amigo y le dije que no se dejara timar. Que sería perder el tiempo participar en un timo de tal tamaño, que se olvidara del dinero tirado a la basura, que el peligro estaba en ser engañado.
Me hizo caso y nunca fue. Con el tiempo me pagó el favor con una botella de muy buen vino de la Ribera del Duero. Era su forma de agradecer. (Continuará)
