Los gobiernos del mundo viven ocupados y preocupados midiendo los indicadores económicos, como el Producto Interno Bruto, PIB, & entre otros. Pero, ¿y si los indicadores económicos no fueran suficientes para medir el bienestar de una sociedad?  

El PIB ha sido cuestionado por quienes consideran que solo da cuenta de la creación de riqueza material, dejando de lado otras dimensiones de la existencia humana que también enriquecen o empobrecen la vida. 

La búsqueda de la felicidad es uno de los objetivos que debería perseguir el ser humano a lo largo de su vida. Para Aristóteles, ser feliz era sinónimo de autorrealización y para el filósofo Epicuro, la felicidad consistía en conseguir evitar el sufrimiento mental y físico. 

En el imaginario colectivo, los términos de satisfacción, alegría, optimismo, están relacionados con la felicidad. Es la realización del ser humano, es un estado de ánimo, de actitud, relacionado con pensamientos felices, que iluminan la existencia. Desde una perspectiva filosófica, la búsqueda de la felicidad debiese ser uno de los fundamentos de la vida.

Sociólogos y economistas han llegado a la conclusión que no se debe confundir bienestar material con felicidad, la riqueza material no es sinónimo de la felicidad. 

Seguramente, usted conoce a algún millonario, lleno de preocupaciones por su dinero, poco humano, ególatra y desconfiado, que a todas luces es infeliz; pero, probablemente, también conoce personas de clase obrera o campesina amables, con la sonrisa en la boca, gente generosa, que rebosa de felicidad. 

En relación a lo anterior, Jeffery Sachs, director del Proyecto del Milenio de la ONU, pone como ejemplo el crecimiento del PIB de Estados Unidos que, pese a haberse triplicado desde los años 60, no ha contribuido al incremento de la felicidad de la sociedad norteamericana, que se encuentra en lugar 18 de una lista de 159 países. 

En el primer lugar de Felicidad Interna Bruta (FIB) está Finlandia, le sigue Noruega, luego Dinamarca; México ocupa el lugar 23, pero es más feliz que Brasil, España, Francia y Japón; éste último es muy infeliz, se encuentra en el lugar 54 y Rusia en el 59; aunque todos éstos tienen un PIB mayor que México. Costa Rica es muy feliz, está en lugar 13, por arriba de USA, Alemania, Bélgica, Reino Unido, entre otros&

En los últimos años, un puñado de países quiere medir algo que va más allá de lo económico, que es tan subjetivo como relevante: la felicidad y el sentimiento de bienestar de las sociedades; así, un número creciente de gobiernos está tratando de entender mejor la felicidad de sus ciudadanos.

Desde luego, debe de haber condiciones mínimas para el bienestar colectivo, porque es imprescindible una base material que permita vivir con dignidad. 

El concepto de la polis aristotélica, no es satisfacer las necesidades físicas del hombre. Especialistas en la materia coinciden en que la idea es propiciar la sociabilidad, la pertenencia, participación y aspectos creativos, determinantes de la felicidad. 

El filósofo advirtió que la política debía estar dirigida a lograr la felicidad social y por consecuencia la individual; por lo anterior, creía que la política tenía un rango superior, porque una historia de felicidad de un pueblo, debería de ser una historia de progreso político. 

El principio de esta nueva visión y misión comenzó en Bután, el 2 de junio de 1974, cuando el príncipe heredero al trono, Jigme Singye Wangchuck, en su discurso de coronación, dijo: “La felicidad interior bruta, FIB, es mucho más importante que el producto interior bruto”. 

Así, ordenó medir la FIB, mejor que el PIB. No fue solo retórica de discurso de toma de posesión. 

Dice el Rey que el verdadero desarrollo de una sociedad tiene lugar cuando los avances en lo material y en lo espiritual se complementan y se refuerzan uno a otro para lograr la felicidad. Un debate en el que participan premios Nobel y líderes mundiales.

El sistema de indicadores de la FIB se divide en nueve ámbitos que se miden mediante la aplicación de cuestionarios anuales: Estándares de vida, bienestar mental, uso del tiempo, salud, vida en comunidad, educación, buena gobernanza, diversidad y resistencia cultural, diversidad y resistencia ecológica. 

Por lo tanto, se estudian los estados emocionales positivos y negativos entre la población. Estos pueden ser los celos, la frustración o el egoísmo, pero también la generosidad, la compasión y serenidad. 

Uno de los juicios más lapidarios sobre las mediciones de la riqueza material de una nación, el PIB, lo pronunció el senador Robert Kennedy: “El PIB no mide la salud de nuestros niños, la calidad de su educación o el placer de sus juegos. No incluye la belleza de nuestra poesía o la fortaleza de nuestras familias; no mide nuestro conocimiento o nuestro denuedo; tampoco, nuestra sabiduría o aprendizaje, ni nuestra compasión a los otros ni la devoción a nuestro país. El PIB mide todo, excepto aquello que hace que la vida valga la pena vivirla”.

Por lo tanto, si el fin último de la política es la búsqueda de la felicidad para la sociedad, entonces corresponde al Gobierno crear el entorno que facilite la felicidad de los ciudadanos. ¿Entenderán esto algunos políticos? 

En lo doméstico, habría que preguntarles a los ex gobernadores y al gobernador actual Diego Sinhue: ¿Creen que desde el Gobierno han propiciado el entorno adecuado para que los gobernados alcancen su felicidad?

El jueves, en una reunión, un entrañable amigo decía: “De pronto, mucho dinero genera mucha satisfacción; pero, luego, genera una gran preocupación; y, finalmente, produce un sentimiento de angustia”.

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