Dentro de las fiestas del nacimiento ‘tradicional’ de Irapuato el 15 de febrero de 1547 (conocemos todos que la fecha cierta es el 30 de abril de 1556), y luego de terminar el artículo anterior sobre el reconocimiento ‘Vasco de Quiroga’ entregado a la persona que lo recibe anualmente, a través de las páginas de este estimado Diario ahora platicaré algo de lo mucho que conocemos y/o debemos conocer más de la historia de esta construcción eclesial que está íntimamente ligada al nacimiento de Irapuato.

Luego de haber nacido Irapuato como ‘estancia para la cría de ganado mayor y menor’ esa fecha mencionada del 30 de abril de 1556, y habiendo entregado mediante una ‘merced’ el Virrey de la Nueva España esos terrenos a los primeros españoles que arribaron a esta tierra, Francisco Hernández, Pedro González y Gerónimo, provenían de la provincia de Extremadura en España, y lo eran porque esa región era- y lo continúa siendo-, apta para la cría de ganado mayor él que Irapuato se designó para criarlo. Paralelamente, y mediante un sistema jurídico inicial denominada ‘encomienda,’ se entregaron estas tierras junto con nativos – (indígenas, o americanos naturales)-, provenientes principalmente de la región otomí al sur del actual estado de Querétaro y de la provincia de Michoacán. A cambio del trabajo de las tierras y la cría de los animales, los indígenas recibían, uno, casa y alimentos y, dos, educación (fundamental) en la nueva religión (evangelización).

En un terreno casi cuadrado de 5000 mil varas por lado (cada vara española, elemento de medición, tenía aproximadamente 86.4 centímetros de largo), probablemente se extendería en lo que ahora son los espacios de la ‘Plaza Vasco de Quiroga’ al frente del mencionado ‘Templo del Hospitalito’ y la actual ‘Plaza de los Fundadores’. Para cubrir las necesidades de habitación y religión, se dedicaron dos terrenos, uno para los purépechas (que hablaban la lengua tarasca) de la provincia de Michoacán, y otro para los provenientes de la región otomí. El centro de esos espacios lo fue, para cada comunidad, su templo. Para los purépechas se construyó el ‘templo-hospital de Nuestra Señora de la Misericordia de los indios purépechas’ (que hablaban la lengua tarasca), iniciado aproximadamente en el año de 1557 –lo comenté en el artículo anterior, por mandato del señor obispo don Vasco de Quiroga, año en que se encontraba en España consiguiendo ayuda y sacerdotes para su labor evangélica-, y terminado exteriormente el año de 1733 por un tallador de cantera de nombre ‘Crispín Lorenzo’, así reza el grabado que él realizó en el cerramiento de la puerta mayor del mencionado templo.

Paralelamente, a lo comunidad otomí –u otomíes, u otomites-, se les construyó su templo dedicado a ‘Señor San José de los indios otomís’, así ambas dedicaciones fueron los patrones de cada comunidad. Por parte de los purépechas, ‘Nuestra Señora de la Misericordia’ se convirtió en la primera protectora o patrona de Irapuato. Señor San José representó para los otomís, y en general para todos los nativos americanos que habitaban esta región, las virtudes de él y que debían hacerla suyas y vivirlas, como humildad, silencio, obediencia, mansedumbre y otras que correspondían a la docilidad y nobleza para con sus patrones. Alrededor de cada templo se construyeron sus chozas como habitación de ellos y sus familias; con esto se formaron los primeros dos barrios de la naciente Irapuato: uno, el de los purépechas llamado, en tarasco, ‘Surumbé o Sorumbé; dos, el de San José conocido con ese nombre; barrios que actualmente existen, así como sus templos muy bien restaurados. Es muy importante mencionar que los barrios son las células primarias de todo ente urbano y, por lo mismo, debemos proteger y recuperar todos los barrios de Irapuato, sabiendo que, si no lo hacemos, destruimos esos barrios y con ellos las familias que en ellos viven. Conocemos perfectamente lo que significa la destrucción de las familias.

Frente al templo del Hospitalito existe una cruz, conocida como ‘atrial’ o ‘pasional’. Relatare´ un poco de esta interesante historia. Dichas cruces atriales fueron traídas, sus fines o intenciones, de Europa por los primeros evangelizadores de esta tierra de la Nueva España, por los frailes franciscanos, agustinos y dominicos. Cada una de ellas representa a Jesucristo en su pasión –por esos su nombre, ‘pasionales’-, y generalmente estuvieron realizadas en cantera o piedra del lugar las que debían ser monolíticas, es decir, hechas de una sola pieza, para con ello, significar la unidad y fortaleza de Cristo. En cada cruz se grababan -realzados-, los signos pasionales de Jesús tales como, su rostro, la corona de espinas, los clavos con que lo clavaron a la cruz, la escalera con la que los bajaron de la cruz, el ‘gallo’ que le cantó san Pedro, las pinzas con la que le quitaron los clavos, los dados con los que jugaron sus prendas y otros más hasta completar treinta y tres. Alrededor de esas cruces atriales se sentaban los naturales con sus familias y el fraile o un presbítero (en Irapuato hasta muchos años después arribaron los frailes franciscanos, tema de otro artículo), los educaba en la nueva religión explicándoles con esos signos, la pasión y muerte de Cristo, pero, enfáticamente, su ‘Resurrección’. En los atrios de los templos no fueron colocadas cruces atriales pues, como lo explico, fueron privativas de las ordenes mendicantes, o los frailes ya mencionados. Fue hasta el año de 1985 cuando, al proyectar y construir la ‘Plaza de los Fundadores’, coloqué esa cruz en su atrio sabiendo que no era ese su lugar propio pero que en mí próximo articulo comentaré más de la historia de esa cruz atrial o pasional. No nos dejemos engañar; se realizan muchas obras en beneficio para Irapuato que, como en mi caso, es cierto que cobré por la realización de esta obra, pues de otro modo no sobreviviría, pero el fin fue ‘el servir a Irapuato’ y ‘no servirme de ese dinero para perjudicar la economía de Irapuato’.

Termino. Continuaré en mi próximo artículo. Como siempre, admito críticas constructivas para este trabajo y me suscribo como guía para visitar el centro de la ciudad y ofrecer pláticas sobre la historia de nuestra ciudad, sabiendo que no cobro porque es mi labor como coronista de Irapuato.

 

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