Hace mucho tiempo vi un video de Odin Dupeyrón hablando sobre el exceso del pensamiento mágico pe…jo. Supongo que se imaginarán muy bien qué palabra va allí. Que un estadio lleno de alemanes sepa esa palabra no es porque solamente yo la diga. Que nos conocemos. 

La frase (y el video completo) de Duyperón me encanta porque narra la innecesaria manía de decir que siempre se está bien.  

Pues no, hay momentos en los que quieres bajarte del tren de la vida y tirar el boleto por la alcantarilla. Hay momentos malos. Y momentos horribles. Hay días en los que gritarías al cielo mientras la cámara hace un fade out (como el Padrino en las escalinatas del teatro). Fuera drama, es lo que hay. 

Y creo, sinceramente, que son totalmente válidos y deberían ser aceptados. Fuera modelito de Barbie siempre impecable. Fuera posturas. Fuera teatritos. 

Una vez escuché a un amigo diciendo que nunca había visto a su novia sin maquillaje, ni enojada, ni fuera de sus casillas. Me pregunté quién vivía más en el engaño, una que se montaba una nominación al Oscar o el otro que le parecía normal su novia Teletubbie. 

En esta columna siempre trato de mantener la mente positiva porque es lo que me gusta. Es lo que busco cada día. Pero hoy, señoras y señores, quiero hacer una apología a los momentos que nadie saca en sus redes sociales. 

Hay circunstancias que son pequeñas pero que se sienten muy profundas. Como el corte de una hoja en el dedo índice. Como los seis meses que el dentista te tenía mareada diciéndote que el próximo viernes te quitaba los braquets. Como cuando te niegan una entrevista. Como cuando te la dan y no te vuelven a llamar. Como cuando te despiden. Como el día que la maestra te envía la tarea de las dos semanas que tuviste varicela. Como cuando te encuentras en la regadera llorando a rienda suelta.

Como cuando vas a una radiografía y te confirman que tendrás un yeso todo el verano. O cuando el concierto que esperabas se cancela dos días antes. Cuando descubres el día del viaje con tus amigos que compraste la ida en la fecha del regreso. O ese momento en el que te das cuenta que algo en tu bolsa no está donde lo dejaste. Como cuando te sientes el árbitro del partido, insultado, hagas lo que hagas. 

Porque no todos los días son perfectos, ni somos infalibles. Porque nos seguiremos equivocando. Porque habrá días malos, pero eso nos hará disfrutar los buenos. La clave es festejar los sí y los no. Porque una amiga me dijo que el dolor era inevitable pero el sufrimiento era una elección. Así que beberé esa filosofía festejando que estoy viva. Cayendo y levantándome. Porque al final de cuentas despertarme no es una opción, pero cómo me levanté sí que es una decisión. 

 

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